El intenso y caótico tráfico vehicular “atora” a Cuenca.
Según estimaciones, cada año se incorporan entre ocho y diez mil vehículos. Sumadas sus longitudes, se deduce cuántos kilómetros de vías más se necesitarían (literalmente) para no ser parte del “nudo”.
Cada familia, con algunas excepciones, tiene mínimo dos vehículos, cuando no, tres. Las facilidades financieras para adquirirlos coadyuvan para el incremento del parque automotor. Súmese el conformado por las miles y miles de motocicletas.
La expansión urbana es una realidad. Desde hacía varios lustros, Cuenca se une a las cabeceras parroquiales rurales, atomizadas ya con la construcción de grandes urbanizaciones, habitadas por familias de la urbe, cuyos trabajos y la satisfacción de otras necesidades, como las educativas y de salud, las cumplen en la ciudad.
Zonas de servicios como la terminal terrestre, la feria libre El Arenal, hasta aquellas donde se ubican los grandes centros comerciales, están por rebasar.
Con la ruta tranviaria, la avenida de Las Américas se convirtió en una calle más al quedar de dos carriles y con semáforos cada 50 metros.
La Cuenca-Azogues dista mucho de ser una autopista. Por el momento es uno de los accesos más peligrosos debido a la alta accidentabilidad.
La pretendida construcción de una circunvalación, cuyos primeros pasos estuvieron bien encaminados, quedó en sueños, como quedó la ejecución del acceso sur
Posiblemente, si no la única, sí la más conveniente para desfogar el intenso tráfico.
Las diversas administraciones optaron por desentenderse de tan grave problema, mencionado apenas según la coyuntura. Y mejor si nadie les recuerda.
Cuenca está entre las ciudades intermedias. Está entre las de tamaño pequeño y grande; además conecta espacios rurales y urbanos, según la acepción del término. (O)
