Shalva, levántate (En memoria de Eloy Salvador Astudillo A.)

Lo deberás hacer todos los días.

Las calles de tu querido pueblo, las de la ciudad que en los últimos años te dio cobijo, necesitan de tu chispa, de tus ocurrencias, de tu fina ironía, de tu sonrisa sincera, profunda y contagiosa.

Tus amigos entrañables, entre los que con modestia me cuento,   queremos que nos sigas contando la historia del antiguo Chaguarurco, del cura Landívar, del cura Guaricela, del cura Coronel; sobre el insomnio incurable del HB; de las frases célebres de don Euclides; del diablo que posaba en el Matapalo; de las yerbas milagrosas usadas por las comadronas Sofía y Dolores; de la vida, pasión y muerte de la señorita Maruja; de la risueña señora que, a cambio de que la lavasen la chuspa del café, ofrecía un trozo de panela; de los gagones; del por qué de los apodos; de la mala o buena suerte de las solteronas; de las familias que poblaron tu barrio primigenio, “La 20”, habitado por carpinteros, panaderos, tejedores de hilo chillo, de “Matacuchis”, de informales que ofrecían a los pasajeros de la Azuay, de la Sucre, huevos duros aunque fríos, hornado, choclos con sal, pescado frito; de cantineros, de los que llamaban a los guambras a juagar al chulo y la ruleta; de las peleas domingueras llamadas “Siempre en Domingo”.

Shalva, levántate y anda. Con tigrillo en la mesa te esperan los agricultores de El Oro y de Loja, a los que, desde el otrora Predesur, les impartías tus conocimientos y asesorías como ingeniero agrónomo que eras –“agrómono”, decías –; y aún jubilado seguías en tareas de consultoría por esos lares, desde donde trajiste a quien sería tu esposa.

Levántate y danos lecciones de cómo cultivar esa paciencia de Job con la cual naciste, un corazón conciliador aun aceche la más dura tormenta, la templanza para no temerle a la muerte, la sabiduría hasta para encontrar un destello de luz en las sombras. 

Levántate, y dinos que solo fue tu sombra la que estuvo en la cama del hospital; que apenas fue una broma del destino la que te causó dolor, debilitamiento, “locura celular”; o que fue un aletazo breve de algún ángel celestial lo que te cerró los ojos; o que fueron tus tantos libros los que, presintiendo que se quedarían solos, se desplomaron sobre tu corazón.

Ponte de pie y pregúntanos por qué lloramos. Queremos que digas: solo quería que me pusieran dentro de unas “cuatro tablas” y la introdujeran, lenta, lentamente en una fosa profunda, para volar por el infinito, allá donde únicamente es Dios quien respira y casi impertérrito nos mira.

Te hemos escuchado Shalva. Y ya que volverás día tras día, te creemos resucitado en nuestros corazones.

Lcdo. Jorge Durán

Periodista, especializado en Investigación exeditor general de Diario El Mercurio

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