Se trató de hacer un cambio o modificación revolucionario, liquidando los sistemas aristocráticos que dominaron los actos de la sociedad en el mundo militar, sacerdotal, político, nobiliario, económico, laboral, etc. y se adoptó la meritocracia muy particularmente en el estado burocrático que elige el meritaje a través de concursos, oposición, y otros actos selectivos. Los primeros indicios de este mecanismo se remontan a la antigüedad, en China. Confucio y Han Fei son dos pensadores que propusieron un sistema afín al meritocrático. Lo propio hicieron Gengis Kan y Napoleón Bonaparte. Cada quien utilizó en su vida y en la política elementos de la meritocracia, la cual desarboló a la jerarquía aristocrática. En 1958, Michael Young, publicó su libro “Rise of the Meritocracy”. En él comentó de la meritocracia: la posición social de una persona, estaba determinada por el coeficiente intelectual y por su esfuerzo. Evidentemente, Young empleó la palabra mérito en sentido peyorativo, comparativamente con el sentido usado por los defensores de la meritocracia. Interpretase por mérito, cualidades como inteligencia, habilidades y esfuerzo. Hoy se valora eficiencia y pueden estar presentes determinados actos de injusticia como diferenciar por sexo, raza, entre otros. Las sociedades no son igualitarias, más bien prevalece un darwinismo social que lleva la bandera de agresividad competitiva, con gigantes diferencias en los salarios. La democracia representativa, que teóricamente prevalece en nuestra política, selecciona a sus representantes al azar, por amistad, compadrazgos, intereses de grupos, en tanto preconizan la defensa de los más caros intereses de la sociedad, de los abandonados, de los ajenos a la educación, la salud pública, de los ciudadanos buscados para elecciones, de aquellos carentes de vivienda, trabajo y jefes de familia, prevalece el divorcio, el abandono de los hijos, surgen las víctimas del entrenamiento para sicarios, aquellos jovencitos que no necesitan ir a la escuela en tanto encuentran trabajo y muerte al integrarse a los grupos delincuenciales. Porque las campañas políticas no valoran estrictamente a los mejores para ocupar cargos importantes en el manejo del Estado, son los colaboradores de campaña, aún aquellos con banderitas en las esquinas, saturando el pesado cuerpo burocrático y el piponazgo. Más trascendente que los títulos que pueden ser hasta comprados u obtenidos la víspera, es la siembra de valores y honestidad, ética y bien actuar en la población. (O)
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