Voto, luego pienso

Jorge Durán Figueroa

Me temo que así actuará dentro de seis días la mayoría de ecuatorianos al enfrentarse a una papeleta con 16 candidatos a dirigir los destinos del país.

Pero –dirán- siempre han votado así. Y así es. No solo en el Ecuador. Ocurre en todas las naciones democráticas, si bien en algunas la democracia es solo un decir.

Dicen, y asimismo es, que el voto no obedece al raciocinio, sino a las emociones. El porcentaje de electores que actúa en sentido contrario es mínimo.

Y es a las emociones hacia donde apunta la propaganda, de la cual dícese que “desempeña siempre un papel de partera, aun cuando sean monstruos los que ayude a dar luz”.

¿A cuántos monstruos, el voto emocional, el ganado a fuerza de tostar neuronas, de lavar cerebros, de repetir y repetir consignas, slogans, números, colores, endiosar liderazgos, ha permitido encaramarse en el poder y, lo que es peor, a no querer dejarlo?

En la selva digital en la cual camina el mundo contemporáneo es donde actualmente se libran las campañas electorales.

En sus múltiples plataformas, la campaña luce vaciada de contenidos. Es, más bien, una especie de circo con una cantidad inaudita de aspirantes a la presidencia y a la Asamblea. Cada uno más malabarista que el otro; cada uno más mago que el otro; cada uno más payaso que el otro; cada uno más bailarían que el otro; cada uno con un pasado más celestial que el otro; cada uno mostrándose más enemigo que el otro de narcos, corruptos, prófugos, de evasores de impuestos, de los grupos criminales, aunque ayer nomás comieron y bebieron en el mismo chifa.

Y al frente de ese circo está un pueblo confundido, cansado de acudir a elección tras elección, atiborrado por tantos problemas y necesidades, no sabe si aplaudir (votar) por el payaso, por el malabarista, por el bailarín, por el supuesto enemigo de narcos, por prófugos camuflados con nombres de yerbas, por evasores tributarios; o, de una vez, echarlos a todos.

No pagó la entrada a ese circo. Fue obligado. Si no vota, le multarán. ¿Cómo, en tales condiciones, primero razonar, luego votar? ¿Cómo proceder con conciencia si de la selva digital le salen desinformaciones, montajes, encuestas chimbas, ve a preguntadores sin oficio preguntando frivolidades (cuenta una que otra excepción), o debates que son un insulto a su esencia?

¿Razonar el voto? Debe ser un deber moral hacerlo. No primero votar y luego pensar. Aunque el mío valga un pito, lo haré por la libertad. ¿Quién de los 16 presidenciables me garantizará la libertad?  Es preferible un infierno a un país sin libertades. Tengo seis para razonar. (O)

Lcdo. Jorge Durán

Periodista, especializado en Investigación exeditor general de Diario El Mercurio

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