¿Sabían que la maestra de Beethoven solía decirle que no tenía un futuro como compositor? ¿O que Walt Disney fue despedido de un periódico por carecer de buenas ideas y de una imaginación creativa, y que estuvo en bancarrota algunas veces antes de construir Disneylandia? ¿O que doce casas editoras rechazaron publicar el primer libro de “Harry Potter” y dieciocho editoriales hicieron lo mismo con el libro “Juan Salvador Gaviota”?
Los triunfadores tienen un común denominador: usan sus fracasos para aprender de ellos y seguir adelante con más fuerza. Un proverbio japonés reza que el éxito depende de lo que se hace en el tercer y en el cuarto intento. Todos hemos experimentado el fracaso y lo que este duele en algún momento de nuestras vidas. Estas experiencias nos pueden dejar extremadamente sensibles y reacios a revivirlas. Incluso nos pueden inmovilizar por un tiempo determinado en el que procuramos evitar enfrentar nuevamente situaciones que impliquen un riesgo de volver a frustrarnos.
Sin embargo, ¿quién no ha fracasado alguna vez en la vida? Creo que nadie. Entre más exitosa es una persona, más alto es y ha sido su riesgo de caer y levantarse.
En mi niñez leí algo que me gustó mucho sobre el poder de la mente. Me acuerdo de ello con frecuencia, quizá por la sencillez del relato y los dibujos explicativos. Decía que tratáramos de imaginar que dentro de la mente tenemos a dos duendes. En el lado derecho vive el que se llama señor Positivo. Este es amable, entusiasta y cuando lo dejamos salir nos llena de esperanza y optimismo, de un “yo sí puedo, lo hago muy bien”. En el lado izquierdo vive el que se llama señor Negativo. Él es más fuerte y poderoso y le encanta salir como ráfaga ante cualquier circunstancia. Es malencarado, pesimista y dominante y nos paraliza con sentimientos de miedo, de agresiones, de envidia y duda.
Nosotros decidimos a cuál de los dos le abrimos la puerta. Liberémonos de esos temores que solo existen en la mente y que sabotean nuestras oportunidades de triunfo como el miedo al rechazo, a no poder hacer algo o al qué dirán, que es el más frecuente. Echemos a andar nuestra imaginación para crear, para cambiar, para iniciar algo, para arriesgar y jugárnosla.
Cada paso que damos, cada decisión que tomamos, cada acción que llevamos a cabo nos acerca un poco más a nuestra meta. Porque al final, todo sirve en el camino. (O)