De muy adentro

Retorno a un lejano ayer, cuando gente que nunca oyó hablar de universidades era en extremo docta; cuando su saber era vivido y su conocimiento compartido; cuando el respeto hacia los mayores eras connatural; cuando el amor a los hijos no obedecía a otros mandatos que aquellos del corazón. La creencia en un ser superior era algo tan natural como la vida misma.

Cuando pienso en lo descrito retorno a casa de mi abuela: la mujer de corazón inmenso, de saber profundo y de fe connatural. No existía entonces el término ‘abue’: para nosotros era, tiernamente, “mamita Adelaida”.  Ella estuvo en una de esas escuelitas mágicas que el tiempo se lass llevó, allí aprendió lo básico y en lo básico se graduó con honores. Ella sabía cómo entender la vida, aprendió a descubrir lo extraordinario, supo cómo amar lo vivo y cómo enseñar a sus hijos y nietos ‘de donde vinimos y hacia donde íbamos’. Un beso y tres palmadas en la nalga se llevaban muy bien, en esos años, para corregir nuestras travesuras.

La última contienda electoral, aquella del domingo nueve, tiene un océano de inquietudes e interrogantes muy difíciles de ser comprendido. Compatriotas nuestros en un número demasiado grande, han dejado de pensar, han enajenado su voluntad y tienen los oídos listos para escuchar los cantos de nuevas sirenas. Este quehacer desaprensivo, regido más bien por apetencias materiales y por halagos de corto plazo, nos están conduciendo a un abismo por demás profundo donde se reniega de todo proceso de investigación, reflexión y fe, es decir, se pisan terrenos antes no hollados que conducen hacia atascaderos donde yace encadenada la libertad.

Cuando afirmo que un número demasiado grande de ecuatorianos ha dejado de pensar lo hago sabiendo lo que afirmo, porque durante mi vida jamás me dejé llevar de promesas fatuas o de lisonjas. Me enseñaron a pensar y a distinguir el bien del mal, lo pasajero y lo permanente, lo efímero y lo inmortal.

Concluyo, ecuatorianos: me duele cuando examino la votación del domingo pasado; no entiendo cómo podemos coexistir dos grupos numéricamente casi iguales con tendencias sociales diametralmente opuestas; cómo gente culta y leída pueda sucumbir ante las promesas de un hoy y mañana mejor, olvidando el futuro de la nación, dejando a un lado esfuerzos y convicciones.

Nos toca ahora repensar lo actuado y enmendar yerros y falencias. (O)

Dr. David Samaniego

Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Fundador de Ecomundo, Ecotec y Universidad Espíritu Santo en Guayaquil. Exprofesor del Liceo Naval y Universidad Laica (Guayaquil) y colegio Spellman (Quito).

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