Hablar del amor

Algunas veces me he preguntado: ¿Cuántas veces hemos meditado sobre lo que es el verdadero amor? ¿Cuántas veces pasamos las noches, echados sobre la tierra desnuda, cubiertos por la lluvia y la niebla, llorando las riquezas perdidas y las oportunidades desaprovechadas?

¿Cuántas veces pasamos el día postrado como ovejas sin pastor, bebiendo nuestros propios pensamientos y comiendo nuestras propias emociones, sin escapar al hambre y a la sed de amor?

Cuántas veces al terminar el día y al comenzar la noche, amable lector, nos encontraban llorando nuestra juventud agotada, sin saber qué deseábamos y sin saber que estamos tristes y huérfanos de amor, mirando espacios oscuros, atentos al gemido de lo vacuo.

Para hablar del amor, purifiqué mis labios en el fuego sagrado. Más, cuando abrí la boca para hablar, estaba mudo.

Vivir es recordar, y recordar es volver a vivir. Recuerdo que: cuando era niño cantaba al amor antes de conocerlo. Y cuando lo conocí, las palabras se transformaron en mi boca en un hálito frágil, y las melodías de mi corazón, en una quietud profunda.

Cuando conocí el arte de escribir, algunas personas me interrogaban acerca de los misterios y milagros del amor, yo los trasmitía mis conocimientos al respecto. Mas, ahora que el amor me ha envuelto con su manto, soy Yo, quien pregunta acerca de sus caminos y características.

Cuando pienso en el amor como uno de los supremos valores humanos, me pregunto: ¿Qué es esta llama que arde en mi pecho, consume mis fuerzas, mis sentimientos y mis inclinaciones?

Algunas veces al llegar la noche, cuando el velo del sueño cubre mi habitación, me entrego a esa fuerza invisible del amor que me mata y me resucita, duermo entonces, mientras en mis párpados debilitados, bailan las sombras, y en mi lecho de amor y esperanzas, danzan los sueños; luego llega la aurora inunda con su luz mi aposento, y vuelvo a la realidad del cotidiano vivir.

El amor, es ese despertar que abarca la vida y la muerte, y que forma con ellas un sueño más profundo que la muerte y más extraño que la vida.

El amor y la compasión, son las únicas flores que crecen y florecen sin ayuda de las estaciones. El amor es hijo de las afinidades espirituales.

¿Hay alguien que no despierta del sueño de la vida, cuando el amor toca su alma con la punta de sus dedos?

Es falso creer que el amor nace de una larga camaradería o de un cortejo asiduo. El amor es hijo de las afinidades espirituales, y si éstas no se manifiestan en el primer momento, ni los años ni las generaciones los harán nacer. (O)

Dr. Hernán Abad

Médico Neumólogo, Postgrado Universidad de Chile. Socio fundador Academia Ecuatoriana de Literatura Moderna e Historia. Miembro activo del Club de Leones de Cuenca.

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