Los resultados obtenidos por 12 los 16 candidatos a la presidencia de la república deben llamar la atención de la clase política en cuyas manos está realizar reformas profundas al sistema de partidos.
De esos 12, cada uno obtuvo menos del 1 % de la votación total. Sumados todos no llegan ni al 4 % del total.
Calificar como pobres a esos resultados no cuadra. Pobrísimos es lo correcto. De alguna forma, se los intuía, y ellos lo sabían.
Incluso los votos logrados por quienes quedaron en tercero y cuarto lugar tampoco son mayor cosa comparando con los obtenidos por los dos finalistas.
Tener más de 260 tiendas políticas entre partidos y movimientos, democráticamente es hasta contra natura. Un sin sentido a pretexto del derecho a participar; o de libertad para crearlos con solo conseguir unas cuantas firmas, símbolos, colores y nombres rimbombantes.
Semejante proliferación de partidos, en especial de movimientos, sean nacionales o locales, significa gastos millonarios para el Estado en época de elecciones.
La mayoría ni siquiera tiene, entre sus partidarios, elementos capaces como para representarles con reales posibilidades de ganar un cargo de elección popular, sobre todo la presidencia de la república.
Como tatas veces se ha dicho, sirven de alquiler para cualquier aventurero; o lo buscan para cumplir el requisito exigido por la autoridad electoral para no desaparecer.
Pero si desaparecen, enseguida asoman dos o tres, convirtiendo a la política en mercancía, en un pasatiempo, degenerando sus reales propósitos y haciendo de las elecciones una especie de circo.
No han faltado los esfuerzos de varias organizaciones, de líderes de opinión, para abrir el debate en torno a reordenar el actual sistema de partidos políticos, urdido para fomentar el “divide y reinarás”.
En suma, tomar el Código de la Democracia y darle un giro de 360 grados.
La democracia no pasa por tener centenares de movimientos y miles de candidatos. El pueblo así lo entiende.