A veces creemos que si tocamos madera evitaremos la mala suerte, que nuestro equipo ganará si usamos la misma camiseta de siempre o que, si enviamos un correo con «urgente» en el asunto, la otra persona responderá más rápido. Todo eso puede formar parte de la llamada ilusión de control, ese fenómeno psicológico que nos hace creer que influimos en situaciones que, en realidad, dependen más del azar que de cualquier cosa que hagamos.
Este concepto, descrito por la psicóloga Ellen Langer en los años 70, explica cómo tendemos a sobreestimar nuestra capacidad de afectar los resultados, incluso cuando las variables están fuera de nuestras manos. Nos sucede en el trabajo, en la familia, en la sociedad, incluso en situaciones cotidianas de las que ni siquiera nos damos cuenta, como cuando presionamos varias veces el botón del ascensor pensando que así llegará más rápido.
En entornos laborales, la ilusión de control puede ser tanto un problema como una ventaja, por un lado, puede hacernos creer que, si planificamos cada detalle, todo saldrá como nos imaginamos; pero, por otro lado, también puede impulsarnos a tomar acción en situaciones inciertas. Daniel Kahneman en Thinking, Fast and Slow, señala que este sesgo puede hacer que nos sintamos más seguros al tomar decisiones, incluso cuando la información disponible no es suficiente.
Reconocer el sesgo de la ilusión de control no significa resignarnos a la impotencia, sino entender que hay una diferencia entre influir y obsesionarnos con lo que no podemos cambiar. Tal vez el verdadero control no está en intentar dominar cada resultado, sino en aprender a soltar y aceptar que nuestro equipo ganará, empatará o perderá independientemente de la camiseta que usemos. (O)