La batalla cultural, de la que en la actualidad muchos hablan y, desafortunadamente, pocos entienden, es un fenómeno que se refiere a los enfrentamientos ideológicos y simbólicos entre diferentes grupos y movimientos que buscan definir, a su favor, el rumbo de los valores, creencias y visiones del mundo en un contexto de cambio vertiginoso. Los frentes de esta batalla abarcan múltiples ámbitos, desde la política y la religión hasta la tecnología, y son representativos de la complejidad de las tensiones actuales. Entre ellos tenemos a:
CONSERVADORES Y LIBERALES, que chocan por mantener los valores tradicionales frente a las demandas de justicia social y equidad. CRISTIANOS Y SECULARISTAS, adhiriéndose los primeros al cumplimiento fiel de su doctrina, y los segundos a una conducta más pragmática de la vida. FEMINISTAS y ANTIFEMINISTAS, respecto a la igualdad de género y la preservación de estructuras tradicionales percibidas como amenazadas por los cambios sociales. ACTIVISTAS LGBTQ+ Y OPOSITORES, que debaten sobre ciertos “derechos” para estas comunidades, frente a quienes consideran que estos movimientos erosionan valores fundamentales. NACIONALISTAS Y GLOBALISTAS, en tensión entre quienes abogan por la soberanía nacional y la identidad propia, y quienes promueven una visión más globalizada del mundo, etc.
En este escenario complejo, la Iglesia Católica está llamada a ser ejemplo de verdadera unidad y a desempeñar un papel importantísimo como portadora de sensatez y verdad. Su posición única, basada en una tradición milenaria y una perspectiva trascendente, le permite ofrecer respuestas integradoras a las preguntas y tensiones de la sociedad contemporánea. Con éste tesoro acumulado, la batalla cultural no debe ser entendida como una guerra sin cuartel donde unos triunfan y otros son derrotados; sino como una oportunidad para buscar el equilibrio entre lo viejo y lo nuevo, entre la fe y la razón, entre la libertad individual y el bien común. La Iglesia Católica, al mantenerse fiel a su misión de ser luz en el mundo, puede ser una guía hacia una sociedad más justa, equilibrada y solidaria.
¡Esto si hay que advertir!: el verdadero enemigo en esta batalla no son las personas ni los grupos, sino la fragmentación y la pérdida del sentido de unidad. La Iglesia, como madre y maestra, puede recordar al mundo que la verdad no divide, sino que une y libera, ofreciendo un mensaje de esperanza que trasciende las divisiones y abre camino hacia una cultura de encuentro. (O)