Ese fue el grito desesperado del pastorcito que jugaba con la credulidad de sus vecinos. La primera vez le creyeron, la segunda dudaron, la tercera lo ignoraron. Cuando el lobo apareció de verdad, nadie acudió en su ayuda.
Uso este cuento en mis clases de Comunicación Política para ilustrar un principio clave: la credibilidad de un líder es su activo más valioso. La voz presidencial debe ser clara, precisa y libre de distracciones. Pero en Carondelet parece que ignoraron esta lección.
Al presidente Daniel Noboa lo han desmentido en varias ocasiones. Por ejemplo, en octubre de 2024, en cadena nacional, aseguró que las Fuerzas Armadas combatían el narcotráfico en 2.000 hectáreas de plantaciones ilegales. La Policía Nacional y las propias Fuerzas Armadas lo desmintieron: tras verificar en terreno, solo encontraron siete hectáreas. La Embajada de EE.UU. aclaró que el informe satelital en el que se basó el presidente no tenía conclusiones definitivas y requería comprobación en campo.
Hace pocos días, Noboa afirmó: “Estamos vendiéndole electricidad a Colombia… le estamos vendiendo 5 gigas”. Pero el Ministerio de Energía colombiano corrigió la versión: no hubo venta. Explicó que los intercambios eléctricos entre ambos países ocurren automáticamente para estabilizar el sistema interconectado, no por una transacción comercial.
El problema no es solo técnico. Una declaración errónea sobre narcotráfico o energía puede afectar relaciones internacionales y generar confusión interna. Un presidente sin credibilidad pierde autoridad, y un país sin confianza en su mandatario enfrenta incertidumbre.
El pastorcito del cuento aprendió demasiado tarde que jugar con la verdad tiene consecuencias. Cuando realmente necesitó ayuda, nadie le creyó. En política pasa lo mismo: si la voz presidencial pierde peso, cuando llegue la crisis real, o la necesidad de pedir el voto, el país se preguntará: ¿será cierto lo que dice esta vez? (O)
@avilanieto