Como en las campañas electorales anteriores, uno de los puntos controversiales es la defensa de la dolarización, adoptada por el Ecuador hace 25 años.
No faltaron, ni faltan ni faltarán quienes se opongan a ella, en muchos casos de manera velada, en especial ciertos políticos, entre ellos los de un movimiento ampliamente conocido y enemigo manifiesto de la dolarización.
Pese a todo, la dolarización se ha consolidado. Los ecuatorianos le tienen confianza. Ha dado estabilidad, la inflación es mínima, permite inversiones internacionales, si bien está sujeta a los vaivenes de las crisis económicas mundiales cíclicas.
De allí el amplio apoyo ciudadano. Por eso mismo, el simple hecho de hablar de una potencial desdolarización causa desazón. Y con mayor razón cuando es parte del juego electoral.
En la primera vuelta fue tema del día a día. Con mayor en estas semanadas previas al balotaje.
La posibilidad de desdolarizar, endosada a una de las candidaturas finalistas, es uno más de los tantos miedos sembrados entre el electorado.
Dicha candidatura pertenece a un movimiento cuyo líder siempre se mostró contrario al sistema, en algunos casos de manera explícita, en otros, apuntalado por sus seguidores más conspicuos, entre ellos excandidatos presidenciales o economistas propulsores de su ideario, partidarios de la emisión de otras monedas paralelas, o de la “ecuadolarización con medios electrónicos”.
Siendo así, aquel miedo tiene su razón de ser. Podría ser un factor decisivo al momento de decidir por quién votar.
Intuyendo esta última probabilidad, los aludidos apelan a todo recurso para salir del enredo, entre ellos una enmienda constitucional para declarar al dólar como moneda nacional, cuya aprobación requerirá de un año en la Asamblea Nacional.
La dolarización no necesita de declaraciones, peor cuando, como lo han dicho, de ser Gobierno usarán gran parte de las reservas internacionales, cuya intangibilidad es uno de sus soportes.