Ha llegado Carnaval. Hay que festejarlo como Dios manda. No importa si se ande con conqueluche o cólico miserere.
Todos tienen listo el cuchi para la cuchipanda. Criado en casa con maíz y capado a tiempo, o comprado por allí, hay que madrugar, sea el sábado, el domingo, el lunes o hasta el martes para chusearle el corazón, ponerle las rodillas sobre la panza, agarrarle patas, rabo y orejas, hasta que dé sus últimos “oinc, oinc”.
Guambras, jóvenes y rucos rodean al animal. A todo cuchi le llega su Carnaval, dicen unos; como a los pavos la Navidad, dicen otros.
Traigan rápido la paja, decían antes, cuando se chaspaba con hojas secas de caña de azúcar, traídas de la hacienda San Juan.
Con la cuchicara o cascarita comenzaba la cuchipanda. Todos hagan fila para que reciban lo suyo, o agarren lo que puedan. Comerán con mote, con yuca. Oye Obdulia pasa el ají, el café pasado en chuspa, dice mama Teolinda.
Y tú Serafín, qué haces que no te pones un abre boca. Bien mandado, Serafín muestra la poma de cuatro litros de huanchaca. Quieren puro, con agüita de canela o de zampamelo, pregunta.
Ha comenzado la fiesta. Siguen llegando los invitados.
¡Viva Carnaval! ¡Qué viva!
Los tres medios bocados de guaspete encienden los ánimos. Se pica el uno, se pica el otro. Y se oye: “¡Ay! La ra lá lá la// ¡Ay! La ra lá// ¡Ay! La ra lá lá la// Carnavalito”
Don Serapio corta las lonjas, que pronto se volverán chicharrones y manteca. Con cuidado saca los intestinos que, lavados con limón, pronto se volverán morcillas, o blancas o rojas; y para eso ya se cortan coles, zanahorias y arvejas.
Con parte de piernas, brazos y costillas se harán sancochos; y para eso ya está listo el ajo y la sal. Con el espinazo, mama Teolinda hará un puchero.
El fogón está que arde. Enseguida, en la paila de cobre se dora la fritada, y junto a ella riñones, rabo e hígado del cuchi, cuya cabeza, solitaria, cuelga de una viga.
-¿Quién baja la cabeza? insinúa don Serafín. Asoma un gil, y de un tas cabeza abajo. Queda de compadre y a costear un cuchi en el próximo Carnaval. Todos ríen, aplauden y corean “ya pues, póngase uno pa’que no patee el cuchi”.
Bien tragados y mareados comienza el juego con agua, restos de dulces; con maicena y harina, con todo cuanto tizne y hasta con lodo. Así arranca el zapateo al son de la música carnavalera; y así, jugando, comiendo y bailando llega el amanecer, y con él los preparativos para ir a la cuchipanda donde otro anfitrión, que alista chicha de jora; al otro día donde otro, igual al siguiente; y ¡qué bicho ni que bicho, hasta el viernes se ha dicho! (O)