Indigna y avergüenza el olvido y maltrato del Estado ecuatoriano al pueblo esmeraldeño, a la población de la provincia verde, a la gente de frontera, a quienes han sacrificado su vida y naturaleza para entregar al país la mayor fuente de ingresos. ¡Cómo puede ser posible tanta iniquidad! Es un pueblo que ha sufrido demasiado y mucho más que otras provincias por el centralismo que históricamente gobierna a los ecuatorianos. Las regalías producidas por la explotación petrolera nunca han beneficiado a los habitantes ni a los territorios donde se extrae el mortal oro negro. ¿Qué sucedería si de un día al otro Papallacta se llenara de petróleo? Pero, es Esmeraldas…, postergada, anulada, explotada, descuidada, engañada, olvidada. Me duele y me duele mucho Esmeraldas porque es la expresión del grado de descomposición al que hemos llegado como sociedad: “pedimos agua y nos mandan militares”, señalan ciudadanos esmeraldeños que exigen al señor Noboa abastecimiento del líquido vital. Este desastre horroroso, ¿no es acaso ecocidio? Esta nueva-vieja catástrofe ambiental y social obliga al Estado a tomar medidas preventivas y correctivas efectivas. Esmeraldas no puede seguir siendo víctima de la negligencia y de la irresponsabilidad de las autoridades ecuatorianas. ¡Esmeraldas también es Ecuador! (O)
Lcda. Ana Abad
Periodista, editora y correctora de estilo; es parte del grupo editorial Quillca editores. Ha publicado investigaciones sobre cultura popular y artesanías. Es directora de contenidos del Portal Digital Voces Azuayas.
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