Hace unas semanas me preguntaron si en este proceso electoral existía una tendencia antinoboísta. Mi primera reacción fue ofrecer una explicación sobre por qué no podemos equiparar el anticorreísmo con el antinoboísmo. La razón principal: no existen noboístas. La idea de votar a favor o en contra de un candidato no te convierte en un «ista».
La adopción de un ideario político, bajo la lógica latinoamericana de movilización en torno a un líder, es lo que generalmente configura el surgimiento de una identidad política fuerte. No dudo que existan votantes que apoyen fervientemente a Daniel Noboa, pero ¿constituyen un grupo lo suficientemente cohesionado como para ser considerados un movimiento propio?
Por el contrario, los datos indican que sí existe una base considerable de votantes que rechazan de manera decidida a Noboa. Las razones varían: el desencanto con su gestión gubernamental, la percepción de autoritarismo, las denuncias de acoso psicológico y laboral contra algunas mujeres en su entorno, y más recientemente, las acusaciones de corrupción y desorden en la contratación pública y la gestión de desastres. Este rechazo es real y medible, pero no se trata de un movimiento organizado con una estructura ideológica clara: es una oposición reactiva al ejercicio del poder.
El contraste con el correísmo es evidente. El correísmo cuenta con un líder con influencia declarada, una base de apoyo alrededor del 30% del electorado y un conjunto de ideas en torno a la gestión económica y política que cohesiona a sus seguidores. Esto facilita la identificación de una categoría «ista», tanto para identificar a sus adeptos como a sus opositores.
Entonces, hay anticorreístas que votan por Noboa. Hay votantes que se alinean con sus ofertas de campaña porque representan su visión de derecha. Pero ¿hay noboístas? Si los hay, se definen a partir de una condición circunstancial electoral que un movimiento consolidado. (O)
@avilanieto