Quién pondría en duda lo que hoy se conoce como la teoría evolucionista. No existe una explicación más consistente para explicar el proceso de desarrollo de la vida. Se trata de un planteamiento que destruye, en términos racionales, cualquier postura misticista, lo cual sin duda constituyó un avance en la emancipación del dogma, del saber científico, causal, experimental y comprobatorio. Esta teoría, sin embargo, que no fue exclusivamente instalada por Charles Darwin, popularizó una idea que ya había sido expuesta por Herbert Spencer, (survival of the fittest), la supervivencia del más apto. De la comprensión errónea de esta idea que describe la lucha por la supervivencia, se han desprendido nociones bautizadas como darwinismo social, que básicamente tergiversan, no solo la teoría base, sino que intentan justificar un sistema de injusticia, competencia, explotación, un sistema “salvaje”. Para empezar, la “supervivencia del más apto” no significa necesariamente la supervivencia del más fuerte o agresivo, sino del que presenta mejores condiciones para adaptarse al entorno y reproducir la vida. Estas condiciones no son provistas por el azar, sino producto del propio proceso histórico de la supervivencia que se define en la capacidad de cooperación de los individuos de una determinada especie. Así, la supervivencia del más apto, quiere decir de aquellos que mejor conviven, colaboran, y se apoyan. Por eso Kropotkin dijo que la lucha por la existencia no significa lucha entre individuos de la misma especie, sino contra condiciones adversas. Y en esta lucha, la ayuda mutua es el principal factor del progreso. Entonces, si queremos seguir en la lógica de la evolución, está claro que debemos dejar de hacer un uso ideológico del “darwinismo social” para justificar lo injustificable y más bien aportar a la construcción de las condiciones para la solidaridad y el verdadero progreso a través de la educación y la cultura. (O)
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