El reciente desempeño del presidente-candidato Daniel Noboa en el debate presidencial ha expuesto un patrón preocupante de expresiones con claros tintes misóginos dirigidas a su contrincante, Luisa González. Frases como “¿Quién la entiende?”, “Está muy ofuscada” o “Cada vez que hablas es como una fanesca” buscan deslegitimar a la candidata bajo el recurso de estereotipos de género profundamente arraigados. Etiquetar a una mujer de “histérica” o minimizar su participación con condescendencia como el “ya estarás desocupada te vamos a regalar una beca”, forma parte de un repertorio de violencia simbólica que, lamentablemente, sigue siendo tolerado —e incluso aplaudido— en espacios públicos. Este tipo de discursos no son simples exabruptos; son herramientas de dominación que buscan reforzar el poder masculino en la esfera política.
La respuesta no está en el enfrentamiento de estilos o en el «debate acalorado», como se intenta suavizar desde algunos análisis, sino en comprender cómo la violencia de género se cuela en la retórica política. Cuando un candidato en funciones —que además detenta el poder presidencial— se dirige a su contendora con expresiones como “tranquila” o la acusa de “confundir a todo el mundo”, no está debatiendo argumentos: está descalificándola como interlocutora válida. Más grave aún es cuando decide rematar el episodio, ya en declaracionesde prensa, describiéndola como “me quería apuñalar con una pluma, histérica”. Esta narrativa refuerza el estereotipo de la mujer emocional, peligrosa y desequilibrada, anulando su legitimidad desde el género, no desde la política.
La pedagogía democrática exige que reconozcamos y denunciemos estos discursos para evitar su reproducción. No se trata de simpatías electorales, sino de principios democráticos mínimos: no puede ser aceptable que el presidente de la República se refiera así a una mujer, menos aún cuando se trata de una contienda electoral que debería ser paritaria. La ciudadanía, los medios y las instituciones debemos rechazar estas prácticas para que la política deje de ser un campo donde se perpetúe el machismo con impunidad. El camino hacia una verdadera democracia también se mide en la forma en que se debate: sin violencia simbólica y sin discriminación de género. (O)