Hay algo muy revelador en cómo una persona reacciona a la crítica, especialmente, cuando ocupa una posición de liderazgo. Adam Grant, afirma que: “Quien no puede lidiar con la crítica, no está listo para liderar”.
El problema es que muchos confunden liderar con tener autoridad, poder o incluso con no equivocarse nunca. Pero los verdaderos líderes no son los que buscan obediencia ciega y aplausos constantes, sino los capaces de escuchar incluso lo que no les gusta oír.
Los líderes frágiles silencian la disidencia, cancelan, excluyen, minimizan o etiquetan cualquier punto de vista que les incomode. Hacen eso no porque sean fuertes, sino porque su ego no tolera la incomodidad de no tener la razón. El sociólogo Max Weber ya advirtió sobre el peligro de la tiranía cuando el líder deja de escuchar y se rodea solo de quienes le validan.
En cambio, los líderes fuertes no ven la crítica como una amenaza, saben que las ideas propias necesitan resistencia para fortalecerse, y que el desacuerdo puede ser una brújula, no un ataque. Después de todo, nadie, por brillante que sea, está libre de sesgos, errores o puntos ciegos.
Simon Sinek, en Leaders Eat Last, plantea que el liderazgo real se basa en la seguridad psicológica, en un entorno donde las personas pueden hablar sin miedo, sabiendo que su voz no será castigada.
Aceptar la crítica es el tipo de humildad que fortalece, no debilita, y sí, nos puede incomodar, pero como dice Brené Brown: “Elegir el coraje sobre la comodidad es el sello del liderazgo valiente”.
Si alguien no puede tolerar ser cuestionado, tal vez lo que busca no es liderar, sino dominar. Y eso, en cualquier nivel, desde lo laboral, social, en familia y no se diga en la política, no es fortaleza, es fragilidad maquillada. (O)