Con este titular, El Mercurio reportó, en su edición de ayer, los múltiples daños causados al sistema vial por el invierno destructor.
No solo hay daños en las vías interprovinciales; también en las intercantonales, ni se diga en las rurales.
Los equipos camineros dispuestos por el Ministerio de Transporte y Obras Públicas no se dan abasto para enfrentar las tantas y casi diarias emergencias en las vías Cuenca-Molleturo-El Empalme, Cuenca-Girón-Pasaje, entre otras.
No son daños de poca monta. Son graves. Muchos de ellos, de vieja data. Ahora se profundizan, revelando, una vez más entre los miles de veces, cuan abandonadas están o son “socorridas” con trabajos paliativos. A manera de ejemplo, en la segunda de las mencionadas hay tramos por donde, debido a la falta absoluta de limpieza de cunetas y alcantarillas, su calzada se convierte en “ríos de agua”; y si el pavimento presenta fisuras, como así se ve, sobrevienen los asentamientos.
Entre las intercantonales, la mayormente afectada es la Minas-Tablón-Pucará. Esta vía es responsabilidad de la Prefectura del Azuay, así el MTOP, en los tiempos del gobierno del “todo lo hago yo”, la haya asfaltado.
Lo sostuvimos semanas atrás: las vías rurales de la provincia, salvo excepciones, están hechas pedazos. Desde dónde no se reportan daños. Los torrenciales aguaceros han destruido puentes, en algunos casos construidos por las propias comunidades; igual las calzadas, casi en su totalidad de lastre.
Habitantes de los sectores afectados y abandonados se dan modos para improvisar pasos, no tanto para los vehículos, cuando menos para cruzarlos ellos con sus acémilas. Es el panorama triste de la ruralidad, pocas veces conocida en la gran ciudad; o si lo es, vista de reojo.
Sectores suburbanos de Cuenca también revelaron las costuras por la falta de planificación, de acciones ciudadanas contraproducentes.
A las autoridades no les queda sino trabajar. Menos quejas, menos festivales musicales. Más acción.