Silencio electoral

En la víspera de una jornada decisiva, Ecuador entra nuevamente en el período de silencio electoral. Este espacio, a menudo subestimado, representa una pausa necesaria en la vorágine de discursos, promesas y enfrentamientos que han marcado la campaña. Lejos de ser un mero trámite legal, el silencio electoral es una oportunidad colectiva para pensar sin ruido, sin presiones, sin slogans. Es, en esencia, una invitación democrática a reconectar con la razón y la conciencia cívica.

La tensión emocional que atraviesa a buena parte del electorado evidencia un fenómeno que los estudiosos denominan polarización afectiva: la construcción del otro político no como adversario, sino como enemigo. Este tipo de narrativa —impulsada tanto por el discurso político como por el ecosistema mediático— erosiona las bases del pacto democrático. Cuando el desacuerdo se transforma en desconfianza y esta en odio, la posibilidad de un diálogo genuino se desvanece.

Este silencio, entonces, no debe ser visto únicamente como un paréntesis antes de emitir un voto, sino como un umbral. Nos interpela sobre qué tipo de sociedad estamos construyendo, más allá del resultado electoral. El 13 de abril se define una elección; el 14, en cambio, nos enfrenta a una realidad más profunda: ¿cómo conviviremos con quienes piensan distinto? ¿Qué puentes estamos dispuestos a tender para reparar el tejido social?

El reto no está solo en decidir qué nombre marcar en una papeleta, sino en entender que ninguna democracia se sostiene únicamente sobre mayorías momentáneas. Requiere, sobre todo, de mínimos compartidos. Este silencio, en su aparente vacío, nos recuerda que hay palabras que deben pensarse antes de decirse. Y que el futuro común exige menos estridencia y más escucha.

REM

REDACCION EL MERCURIO

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