Este 12 de abril, Cuenca conmemora 468 años de fundación en medio de un contexto político-electoral y con las consecuencias directas e indirectas de un invierto destructor.
Por las elecciones, la afluencia turística no será la mejor; igual, porque las condiciones de las vías interprovinciales no aseguran una circulación vehicular normal.
La fecha cívica debe ser aprovechada para reflexionar sobre el devenir de Cuenca. Lo deben hacer las autoridades de elección popular.
Las ciudades no únicamente se muestran por las obras de infraestructura, necesarias, sí; por los premios y reconocimientos otorgados desde el exterior, estimulantes, sí; por el trabajo e iniciativas de su gente, encomiables, hasta el extremo.
También interesa el rumbo trazado a corto, mediano y largo plazos. ¿Cuál es el proyecto de ciudad teniendo como común denominador estos factores de tiempo?
Pensar, además, sobre el rol ciudadano en tal propósito es otro pendiente, no únicamente siendo propositivos, como ha sido o fue la tónica hasta poco; también actuando con criticidad, siendo fieles a la tradición analítica de los cuencanos, con altura, con dignidad, dando la cara, planteando alternativas concretas y realizables.
Estas han marcado la característica del ser y sentirse cuencano. Todo esto ha merecido el respeto y admiración en el resto del país, donde la ciudad ha sido un referente de gestión administrativa, del manejo transparente de los recursos públicos, de impulsar iniciativas cuyas concreciones han sido replicadas.
No son lisonjas. Son realidades. Empero, en estos últimos tiempos, esa analítica, esa capacidad de generar pensamiento crítico; la altivez para reclamar, sea por parte de una autoridad o no, han ido opacándose, como ocurre también con la actividad política, encasillada en la gritería, el populismo fantoche y hasta en el ego.
468 años de fundación como para debatir y reflexionar sobre aquéllos y otros temas. La fiesta pasa. No vale seguir en la impavidez.