Tal vez por olvido, no sería dable pensar que fue a propósito, Consejo Nacional Electoral no puso a disposición de los candidatos a elecciones presidenciales un “eje” que en apariencia es secundario.
La República Dominicana comparte con Haití la mitad de una isla en el Caribe. No es un paraíso —ningún país lo es—pero se vive. Un orden constituido, superan las emergencias y desastres naturales que no son tan rígidos como lo que pasa en su vecino, uno de los países más menesterosos del mundo y el más pobre del continente. La naturaleza los golpea sin cesar y con crueldad. Hay hambre, llanto, violencia y la crueldad diaria manifestada en asesinatos, inseguridad y violencia sin cesación. Intentan vivir una parodia de democracia, pero sicarios colombianos llegan y asesinan cruelmente a su Presidente y esposa. La juventud no tiene casi elección entre droga, delincuencia, abandono y la abultada escasez de lo más esencial para vivir, pero fundamentalmente cariño, el principio básico para la felicidad.
Un mandamiento dice que como es arriba es abajo, es decir, que de acuerdo como es la persona, lo que pisa (agua, tierra, cosechas, producción en general) también lo será. El haitiano es por tradición practicante de brujería y hechizos más sacrificios de animales en bien de dioses paganos; hacen práctica de ritos satánicos muy antiguos heredados de sus antepasados africanos. La naturaleza entonces cobra venganza y la vida se hace intolerable. No asombra que el ciudadano normal de ese país esté abrumado por la maceración y lo peor es que, con esa forma de comportamiento, el futuro sea invariablemente malo, menos feliz para todos.
Sorprende que uno de los candidatos ecuatorianos debatientes, que maneja la defensa del agua, la vida, hable del amor y la paz, no haya tratado esto y sobresaliera con una real propuesta de cambio moral, esencial para la variación de la situación social de desamor que atraviesa el país, ex isla de paz y considerado hoy como el más violento del subcontinente.
