Sentidos opuestos

Ya muchos auguran, seguramente con razón, que este nuevo año será un “año electoral”. Y entiendo, por lo tanto, que debemos esperar el inicio del debate político entre los aspirantes a las llaves del reino. Y en este sentido, debo decir, que hemos empezado muy mal. Un debate que desde ya se perfila como un grosero intercambio de frases destempladas (del tipo “…que se queden en el páramo” o “patojo de m…”). Frases que nos recuerdan el triste intercambio de adjetivos (“borregos vs pelucones”) que durante la última campaña presidencial le arrebató los últimos girones de altura a la política del Ecuador.
Y ojalá que esta vez no se repita. Que el pueblo no de paso al mezquino discurso que nos hace mirar con nostalgia el discurso de los abuelos. Aquellas obras maestras del ingenio en las que se fundían la agudeza del análisis, la elegancia del estilo, la irreverencia de las ideas y la solidez de los argumentos. Y sí, alguien dirá que la realidad no está hecha de discursos. Y tendría razón. Cierto es que mucho daño nos ha hecho el discurso arrogante e hipnótico del populismo. Pero verdad es, también, que ha habido discursos políticos que han levantado la patria desde las cenizas. Los discursos de los líderes de verdad. Maestros capaces de combinar la vigencia de lo moderno con las mayores audacias de la fantasía. Allí estaba Jaime Roldós en el amanecer de la democracia para decirnos que “…Juntos debemos trabajar por construir un nuevo tiempo histórico…”. Allí estaba Peralta para levantar las columnas del liberalismo. Y otros muchos dónde la transparencia de las intenciones y la firmeza del pensamiento se convertían en el hilo conductor de la política pública.
Hirviendo de proyectos y empapados de idealismo. Discursos construidos con la riqueza conceptual de una obra literaria, la consistencia de un poema y el rigor de una tesis. Una especie de milagro, diría Vargas Llosa, en esta época en que la política y la literatura (yo diría la cultura) caminan en sentidos opuestos… (O)

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