Aceptar una crítica duele, aunque venga bien dicha, con cariño, con intención constructiva, con emojis suaves y tono diplomático, aun así, duele.
Y es que nuestro ego se confunde entre corrección y ataque, porque resulta incómodo enfrentarnos a nuestras limitaciones.
Adam Grant, psicólogo organizacional, afirma que la habilidad más subestimada en cualquier área laboral es saber recibir una crítica honesta.
Porque escuchar lo que no queremos oír, procesarlo y usarlo para crecer, es difícil.
Como alguien escribió en redes, “Tu supervivencia depende de tu capacidad de absorber traumas. Tu éxito, de tu capacidad de absorber fracasos.
Tu crecimiento, de tu capacidad de absorber críticas.” Entonces, no se trata solo de tolerancia, sino de transformación; lo que logramos procesar, nos fortalece; mientras que lo que rechazamos por incomodidad, nos limita.
El problema es que nuestra primera reacción es defendernos, reaccionamos, en vez de reflexionar. Como afirmó Daniel Kahneman, en Thinking, Fast and Slow, dejamos que el pensamiento rápido, el impulsivo, tome el control.
Y con el tiempo, si no sabemos recibir la verdad, las personas dejan de decirla, y nos quedamos en un entorno lleno de silencios incómodos o elogios vacíos.
En cambio, las personas que más crecen suelen ser las que han desarrollado ese músculo invisible que permite separar la crítica del juicio personal, que ven lo que hay que mejorar sin colapsar por dentro. Porque escuchar algo incómodo puede doler por un tiempo, pero negarlo puede estancarnos para siempre.
Así pues, no se trata de aceptar todo lo que nos dicen, sino de estar abiertos a la posibilidad de que no siempre estamos en lo cierto, para crecer con menos susceptibilidad y más madurez, con menos orgullo y más verdad. (O)
@ceciliaugalde