¡Triquiñuelas! Recuerdo que hace algunos años me sentaba en el sofá junto a mi papá a mirar los partidos del campeonato nacional cuando todavía se transmitían en señal abierta. Hace fuu. Mientras mi madre preparaba la comida. Eran 90 minutos de emociones intensas y, lógico, siempre se apostaba alguna tontera entre los dos. Eran épocas maravillosas. Inclusive podía ir al estadio en calma. Hoy pensaría dos veces antes de llevar a mi hijo a un escenario deportivo.
En las últimas semanas me ha llamado la atención que varios jugadores de fútbol han sido asesinados. Algunos medios hablan de algo oscuro que está ocurriendo. Incluso la Fiscalía General del Estado ha realizado allanamientos en los camerinos para confiscar los celulares de los deportistas. Algo similar a lo que hacen en esas casas lujosas donde se guardan cosas de dudosa procedencia.
Y el argumento toma forma. Hay investigaciones que sostienen que algunos jugadores son captados por redes de apostadores para dejarse ganar. Les ofrecen miles de dólares por hacer ese “trabajito”. Qué pena que un deporte tan bonito y que une a un país se vea ensuciado por estos hechos. Dicen que las casas de apuestas provocarían estos hechos.
Al parecer esos negocios mueven millones. Tal es su alcance que muchas de esas marcas son patrocinadores principales de equipos profesionales del Ecuador. Están en todas partes. Usted entra a redes sociales y recibe una avalancha de publicidad de estas casas de apuestas. Camine por la ciudad y verá cómo se han instalado en plazas, mercados y zonas de alto tráfico. Exactamente donde más gente pasa.
Y para tener mayor alcance firman contratos con personajes de la televisión, influencers, exglorias del deporte, periodistas deportivas y otras figuras. Y claro, esos convenios deben ser jugosos. Entonces uno se da cuenta que, si un apostador fuerte acierta el marcador, su ganancia se multiplica. Pero si no, buscarán las formas de forzar el resultado aunque en el camino corra sangre. (O)