Inunda el día a día de las personas y por desgracia envenena sin darnos cuenta sin sentirlo siquiera, como un pequeño ácido que roe el espíritu. Si nos dejamos, una gran carga nos atormentará impidiéndonos progresar y acelerará el desfallecimiento y lo negativo que nos salga.
Se registran muchos casos en que el rencor influyó en la decisión de líderes mundiales para asesinar, masacrar y cometer todo tipo de daño. Los más conocidos están documentados plenamente en el inventario de la Segunda Guerra Mundial y su antecesor la Primera Guerra Mundial que, aunque no se haga un análisis muy rígido, sirvió para cometer cualquier cantidad de desatinos incrementados en el encono que llevó a 4 años de tortuoso desangre. En la mitad de la insensatez varias masacres: la realizada por José Stalin, jefe de la Unión Soviética, contra el pueblo georgiano, en la década del 30 del siglo pasado, en una purga en la que se calcula que murieron más de 10 millones, por hambre, fundamentalmente; la que ejecutó el ejército japonés en China a raíz de su invasión, más o menos por esas mismas fechas, con un incalculable número de asesinatos, crueldad guiada por un aborrecimiento no tolerable manifestada en torturas, violaciones, amputaciones, emigraciones lógicamente forzadas, sin dejar de lado los cruelísimos experimentos con los civiles a los que los defensores del Imperio del Sol Naciente consideraba inferiores. La no misericordia les llevó a situaciones extremas de exterminios punzantes.
El menoscabo del perdón conduce a conductas equivocadas que crean injusticia y generan inequidad y, tal vez sin pensarlo ni pretenderlo, más y más y más infamia que nadie quiera o pueda pararla. Este problema solo es curable con indulgencia y olvido. Famosos como un líder religioso que manifestó en alguna ocasión: “como papa perdono, como polaco no” al referirse al genocidio nazi en Polonia. No es suficiente. La declaración refleja rencor guardado. Para limpiarlo y acabarlo debe venir de la pureza del alma y la sinceridad. (O)





