El Premio Nobel de la Paz 2025 otorgado a la caraqueña María Corina Machado por su lucha por una transición justa y pacífica es un acto de alta política con profundas controversias. Este reconocimiento llega en un momento álgido, mientras Maduro lo descalifica como un premio a la guerra y EE. UU. intensifica la presión y su despliegue naval militar en el Caribe.
A favor, el galardón es un espaldarazo global que le otorga autoridad moral y un escudo político frente al régimen, visibilizando la resistencia cívica y la dictadura. Sin embargo, la decisión del Consejo Noruego de cancelar la tradicional procesión de antorchas por considerar que sus métodos no se alinean con los principios de diálogo y no violencia ya evidencia una fisura. La crítica radica en su línea dura, percibida como cercana a la polarización y abierta a la intervención extranjera, lo que desafía la neutralidad histórica del premio. La polémica crece al ser la líder inhabilitada, la figura que recibe un premio de alcance mundial.
Como aquellos Nobeles latinoamericanos (cargados de política y lucha contra dictaduras: Pérez Esquivel ’80, Menchú ’92), este galardón aísla inmediatamente a Maduro, pero su impacto real depende de Machado. Para que el premio catalice la paz, ella debe usar esta plataforma para forjar una estrategia unificadora, inclusiva y que priorice el diálogo, superando las dudas noruegas. Si, por el contrario, divide a la oposición o radicaliza la confrontación, el Nobel corre el riesgo de ser un poderoso símbolo político que, irónicamente, no logre construir la paz. El desafío es convertir este controvertido reconocimiento en una herramienta política inequívoca para la negociación y solución de la crisis venezolana. (O)








