Es una noche de noviembre, frente a la ventana de mi habitación, el sol se oculta en el horizonte, en un árbol los pájaros terminan de acomodarse en sus nidos, la tierra inicia un largo silencio; luego pienso y medito en el sentido de la vida actual.
A través de mis cavilaciones, me detengo a mirar a un niño que juega bajo el cuidado de su madre, sobre el manto de un mundo diseñado para la competencia y el individualismo, donde ya no hay lugar para los grandes sentimientos.
La vida es amplia y libre por naturaleza, aún para quienes han levantado una barrera en torno a lo propio y lo del prójimo, aunque parece ser más oscura que una lúgubre prisión.
El latido de la vida exige un intersticio, y a través de él, pueden filtrarse por los muros del materialismo en el que vivimos inmersos, la dignidad, el amor a la libertad, la grandeza ante las adversidades, las alegrías simples, el coraje físico, y la entereza moral que, así como las grandes mareas, se escurren aún en las represas más sofisticadas.
La libertad, la justicia, la verdad, como gotas deben golpear continuamente contra los altos muros de la corrupción, la codicia, la mentira y el autoritarismo; para hacer de este mundo, un lugar donde tengan su estancia, la paz, y el amor.
En la vida existe un valioso tesoro, que permanece muchas veces invisible para los demás, pero que el ser humano escucha en la profundidad de su alma, éste es la fidelidad o la traición a lo que sentimos o pensamos, como un destino o una vocación que tenemos que cumplir.
La libertad nos fue destinada para cumplir una misión en la vida, y sin ella nada vale la pena, no debemos permitir que nadie nos la arrebate, pues no hemos nacido para la servidumbre.
Gandhi, ese hombre que lucho hasta la muerte por la libertad de la India, era un convencido de que al hombre no se le otorgaría la libertad exterior, hasta tanto no hubiera sabido desarrollar la libertad interior.
Basta leer a esa gran maestra de la humanidad que es la historia, para darnos cuenta de cuantos caminos ha podido abrir el hombre con sus brazos; cuanto ha modificado el curso de los hechos, con esfuerzo, con amor, valentía, y bajo un cielo de libertad, solidaridad, honradez y justicia.
Confieso que, siento nostalgia, casi ansiedad por vivir en un Ecuador mas justo y solidario, libre del narcotráfico y el crimen organizado, sin esclavitud y corrupción, pero humano a nuestra medida. (O)




