Las madres enfermeras que atienden a pacientes contagiados

Texto: Andrés Vladimir Mazza

Fotos: Xavier Caivinagua

Silvia Bueno tenía miedo. Aunque había visto de todo un poco en su labor como enfermera, jamás pensó que un virus provocaría una pandemia que abarcaría cada rincón del mundo. Y allí estaba ella, en el hospital “José Carrasco Arteaga”, de Cuenca, esperando al primer paciente con COVID-19.

Era 17 de marzo de 2020. Un día antes, Lenín Moreno, presidente de Ecuador, había declarado el estado de emergencia en el país porque el nuevo coronavirus se estaba expandiendo en las cuatro regiones.

La declaración provocó un escalofrío a Juana Barrera, quien horas después se haría cargo del área de triaje respiratorio del mismo hospital en donde trabaja su compañera Silvia. Ninguna de las dos sabía lo que les esperaba.

“Sabíamos que algo estaba mal cuando el problema llegó a nivel mundial. Pero yo creo que sentimos el efecto el 16 de marzo. Ya ese día armamos el área para valorar a pacientes sospechosos. Teníamos que prepararnos psicológicamente porque íbamos a enfrentar a la muerte”, dice Juana.

Cuando Silvia trató al primer paciente ingresado por COVID-19, este tenía ansiedad porque no sabía si saldría con vida del lugar. Al ver al infectado, las enfermeras sintieron miedo, aun así Silvia agarró el valor que luego se regaría entre sus compañeras y le dijo al paciente que había que tener esperanza y colaborar para salvar su vida.

Fernanda Bermeo tiene 33 años y ocho como enfermera. En ese tiempo nunca se había despegado de su familia. Al regresar del trabajo abrazaba y besaba a los suyos. Se sentaba con ellos a comer y mantenía conversaciones sin ninguna restricción.

Hoy, Fernanda vive en un albergue. Lleva allí 45 días. Su vida se ha reducido a lo que pasa en el hospital y en las cuatro paredes en donde vive. Y sin embargo, la situación compleja que se replica en todos los países del mundo ha dejado historias que el futuro se recordarán por los cambios provocados.

“La atención es diferente. Debemos usar todos los equipos de protección. A veces la mascarilla dificulta la respiración, pero nos ha tocado acostumbrarnos”, dice Fernanda.

Tanto Silvia como Juana se han aislado de sus familias, al igual que Fernanda. La única diferencia es que ellas están en sus viviendas acompañadas con la sensación que deja la soledad hogareña. Pero tienen algo en común: las tres enfermeras son madres que buscan que el evento parecido a una película apocalíptica termine ya.

“Me siento sola. Y siento la necesidad de acercarme a mi familia. Yo tengo a un hijo que solo lo veo desde lejos, muy lejos. Quiero abrazarlo, me muero por abrazarlo. Lo necesito, lo extraño”, dice Juana.

Silvia y Fernanda sienten lo mismo: la impotencia de no poder encariñarse con sus hijos a través del entretejido de los brazos y de compartir el amor que sienten por ellos a través de colocar sus labios en sus mejillas o en su frente.

“Yo tengo dos hijos, y en este Día de la Madre no voy a poder estar con ellos. En parte me entienden, en parte no, pero es el trabajo”, dice Silvia, quien en los primeros días no tenía hambre, pero cayó en la cuenta de que debía estar bien para tratar a los pacientes.

Apoyo

Los aplausos, por lo general, siempre se llevan los médicos. Su trabajo es indiscutible, pero nunca están solos. Detrás hay un equipo que queda en la sombra. Y en él están las enfermeras, que además de ser aliadas de la labor de los doctores, se han convertido en la compañía de los pacientes con COVID-19.

Aquellos enfermos con el nuevo coronavirus no pueden recibir visitas. Tienen que estar en el mismísimo aislamiento hasta nuevo aviso. Y para escapar de la soledad, los pacientes han encontrado un refugio en las enfermeras, quienes están a diario con ellos. Los vigilan, los alimentan, los observan y notifican cualquier anomalía a los médicos.

Las enfermeras ya desde un principio generan esa empatía con una acción triste: hacer que los familiares se despidan del contagiado.

“Muchas de las personas que han entrado ya no han salido, pero también hemos tenido el gusto de ver cómo salen por el mismo lugar que entraron”, dice Juana.

Las enfermeras hablan con los pacientes no sin antes seguir una rutina: levantarse con el sol, alimentarse de manera correcta, hacer una oración y colocarse los implementos de seguridad.

“Yo no comía bien al principio, pero me dije que, si quiero ver a mis pacientes recuperarse, porque eso es lo que uno busca, debo alimentarme bien. Y eso es lo que hacemos todas las compañeras. Debemos estar bien para ayudar a los pacientes”, dice Silvia.

Las enfermeras suelen reunirse en los exteriores del hospital antes de ingresar a trabajar. Se hablan y escuchan lo que ha sucedido con los enfermos en la noche. Después rezan en conjunto para luego dividirse los trabajos que durarán alrededor de 12 horas.

“Con los pacientes nos desestresamos mutuamente. Nos hacemos bromas y nos ayudamos juntos. Solo nos tenemos unos a otros porque ellos no pueden recibir visitas y nosotras estamos aisladas, lejos de nuestras familias”, dice Fernanda.

Las enfermeras también se han vuelto un nexo entre los familiares y los pacientes con COVID-19. Ellos llaman a preguntar si ha habido alguna mejoría. La ansiedad que provoca la espera de una buena noticia se nota a través del teléfono.

“Yo creo que ser madre y ser enfermera están ligados. Son dos términos iguales. El hecho de ser madre es cuidar a sus hijos y el hecho de cuidar a sus pacientes hay que cuidarlos como a sus hijos”, dice Juana.

Un solo pedido

Si pudieran pedir un deseo para ser concedido, el pedido de las enfermeras sería que todo acabe ya para volver a ver a sus hijos y a su familia. Son un poco más de 45 días en el que están aisladas, y hay horas en las que las trabajadoras de salud quisieran salir del hospital para abrazar a los suyos.

“Quédense en casa. Si tienen que salir, hágalo una sola persona. Nosotras ya queremos estar con nuestras familias. Lo deseo tanto, pero para eso necesitamos que las familias eviten el contagio. Nosotras vamos a seguir trabajando, pero necesitamos de su ayuda”, dice Juana, quien ha visto con tristeza cómo la gente en Cuenca sale a las calles sin tomar conciencia de lo que significa la pandemia. (I)