Triste realidad

Aurelio Maldonado Aguilar

Sus ojos verdes claros, bellos y vivaces, no eran pálida sombra de los que yo observé en aquel muchacho, tiempo atrás. Ahora parecían dos bolas de cristal divagantes mirando difuso horizonte, inexpresivos y de lentos movimientos. No demostraban la antigua inteligencia de ese ser. Hoy parecían dos informes ojos que conservaban su antiguo y bello color, sí, pero sus movimientos llenos de modorra desesperante. Vestido de hilachas fétidas enormes que caían sobre el cuerpo famélico del muchacho. Su piel llena de distorsionados unos y otros monstruosos tatuajes, ocultaban casi por completo su piel gris y enferma de algo que le corroía desde dentro, de manera lastimera. Sus pies calzaban sandalias grisáceas diferentes y desvencijadas. Su pelo largo, una especial maraña asquerosa de enredos y nudos iguales a las de cualquier madriguera, decían del peine y el agua como lejanos argumentos. Divagante, idiotizado, no lograba pronunciar palabra y la comunicación fue siempre inútil. Recordé al célebre Maradona en su final demente ante la prensa. Hambriento, tragaba casi sin masticar pedazos de pan que yo le había ofrecido, sentado indiferente en un suelo sucio, pareciéndose a las ratas y como ellas, vivía sobre su excremento. Ese ser no tenía retorno del insondable y monstruoso camino de la droga. Como el, muchos. Vidas terminadas en degradación miserable y triste. Seres capaces de todo por lograr su dosis que les ayude a evacuar su abstinencia. Matar, robar, todo lo ven simple ante la necesidad de esfumar su mente en tiempo y realidad. Están presos en los círculos de la droga, de lo que se aprovechan narcotraficantes, que logran inmensas fortunas gracias a los colosales ejércitos de viciosos. Organizaciones multimillonarias perfectamente organizadas y fortalecidas en armamentos y técnicas para lograr su crimen inhumano, utilizando todo tipo de estratagemas como reclutar niños; asesinar gente que se interponga en el camino del negocio de distribución y venta; sicarios que cobran por matar muy poco y sin piedad; asesinatos; reyertas bestiales dentro de cárceles donde tienen oficinas organizativas con ayuda de policías y militares corruptos pagados para protegerles y facilitarles todo, así como justicia con jueces venales para sus fines. Todo esto fue institucionalizado por el más grande sátrapa y prófugo ecuatoriano y su camarilla de ladrones. Ahora salir de esto es tan difícil. Debemos como gobierno pedir ayuda internacional y obrar valiente y contundentemente. (O)