Funeral de perros y el hombre

Edgar Pesántez Torres

Con cierta ironía antepongo a los perros en el título, quizá porque ellos son más fieles que los otros, aun cuando la mayoría son maltratados y abandonados, no así unos cuantos privilegiados que hasta llegan a tener una “santa sepultura”. Yo mismo resalté y defendí sus derechos con motivo del Día del Perro, en viendo que los adinerados dueños les quitan todos sus derechos.

No es una contradicción que ahora evidencie la preocupación hacia los seres inferiores e inclusive a las mascotas inanimadas. Efectivamente, los animalistas defienden desproporcionadamente sus derechos, sin observar a los de su misma especie. Veo con admiración que ciertos animales, después de la muerte tienen mejor trato que los bípedos implumes. Así lo demuestra el cementerio de Madrid que alberga a 4.000 cadáveres de cuatros patas.

Hay cementerios de animales cuentan con la Tanatopraxia, que es una técnica que consiste en la higienización, conservación, embalsamiento, restauración, reconstrucción y cuidado estético del cadáver para admiración de los deudos y curiosos, que ven al difunto un hermoso, tierno, bondadoso, sin arrugas… ¡primor de muerto! Nada que ver con el viejo y feo que fue antes de su expiración. ¡Burdo agrado para los deudos y botín para los mercaderes!

La estupidez va más lejos: los féretros, velatorios y relicarios supera al de los humanos. En Europa la orgía de consumo no tiene límites, por ejemplo, en España una empresa de exequias para animales ofrece por cinco mil euros el derecho a enterrar a su perro, gato u otra mascota en nicho “construido individualmente formando un círculo, forrado en mármol italiano de primera calidad”.

“El digno final que ellos se merecen”, reza una oferta funeraria para persuadir a animales racionales dueños animales irracionales, que se convencen asombrosamente. Mientras en países tercermundistas los cuerpos de humanos son carroña de buitres o simplemente incinerados y esparcidos en las montañas o los ríos para asegurarse que no retornen.

No reniego el aprecio y cariño que se tenga por los animalitos, como yo a Doggy, o a las plantas e inclusive a cosas inanimadas, pero diferente es perder el sentido de racionalidad al gastar fortunas por perros y gatos después de su muerte. No avalo que eso se haga ni siquiera con el hombre, mientras millones de niños mueren de hambre, enfermedades, frío o calor, falta de amor y sean arrojados a fosas comunes.  (O)