No a los extremismos

Cuando una sociedad se ve obligada a aplicar “justicia por mano propia” al sentirse sitiada por la delincuencia es un síntoma por demás preocupante.

La semana anterior, en Cuenca una joven fue atacada cuando viajaba en su vehículo por una comunidad rural. Aquí, como en otros sectores, todo desconocido es sospechoso. Por lo tanto, su vida corre peligro.

En la ciudad casi no hay domicilios, edificios, urbanizaciones, ciudadelas, negocios, casas de salud, sin protecciones eléctricas ni cámaras de video vigilancia, alarmas, o con guardianía privada.

Proliferan letreros con la advertencia: “Todo delincuente será linchado”. Otros más amenazantes: “Será quemado vivo”.

Este domingo, al parecer las advertencias se hicieron efectivas en el sector el Cáñaro, parroquia San Joaquín. Un hombre fue linchado por una multitud apertrechada con machetes, palos, látigos, fierros y otros objetos contundentes. Finalmente murió.

Junto a otros dos sujetos habría intentado asaltar una hostal. Los demás fugaron.

Actitudes como las narradas, un poco ya comunes en otras ciudades del Ecuador, pueden replicarse en Cuenca ante la ola delictiva cada vez más creciente.

La ciudadanía se siente desprotegida. No confía mucho en la Policía Nacional; tampoco en la administración de Justicia. Tiene miedo de denunciar para evitar ser víctima de represalias. Ve cómo los delincuentes, en la mayoría de los casos tan pronto son detenidos logran la libertad como consecuencia de leyes laxas.

Cuenca tampoco tiene el número suficiente de policías de acuerdo a su población. Hay más “zonas rojas” donde pulula la delincuencia llegada de otros lados.

Como país, estamos tocando fondo en cuanto a inseguridad. Hablar de “delincuencia común” resulta ser ciegos. Cada vez son más avezados, mejor armados.

Pero eso no justifica el querer “hacer justicia por mano propia”. Como sociedad no podemos vaciarnos de valores; pero sí reclamar al Gobierno por una verdadera seguridad.