Prisioneros del tiempo

Hernán Abad Rodas

Querido hermano Napoleón: has venido a mi casa a conmemorar los 70 años de tu existencia: buenas noches, que el señor cargue de racimos tus viñas, llene tus alforjas de cereal y haga que tus jarras desborden de aceite, vino y miel; que la Divina providencia apoye tu mano sobre el corazón de la Vida para que puedas seguir sintiendo su pulso por muchos años más.
Mantente vigoroso todas las horas del día y todos los días del mes. Disfruta de las cosas bellas dondequiera que las veas y deja que el recuerdo y el eco de su presencia permanezcan siempre en tu corazón.
Napoleón, yo soy uno de esos hombres a quienes la vida prodigó amigos y bienhechores. Pero dime: ¿hay alguien entre todos esos amigos sinceros a quien podamos decir: “por favor” carga con nuestra cruz un sólo día? ¿Acaso hay alguien que pueda ver dicha en nuestra tristeza y tristeza en nuestra dicha?
¿Recuerdas hermano aquellos interesantes cuentos, que sentados en torno al hogar solíamos escuchar de los labios de nuestros padres y abuelos, mientras afuera caía la lluvia y el viento silbaba entre las casas? ¿Aún recuerdas la historia de aquel magnifico jardín de árboles hermosos que daban deliciosos frutos? ¿Y recuerdas también el fin de la historia, que cuenta como esos árboles hechizados, se transformaron en hombres jóvenes a quienes el destino había llevado hasta el jardín? Estoy seguro de que recuerdas todo esto.
Napo, setenta años que caminas bajo el sol, continúa ayudándome con tu alma, inocencia y bondad, para llegar al fondo de mi corazón y comprender lo que Dios ha puesto en él; sigue compartiendo mis pensamientos y mi fe; créeme cuando te digo que, tú y yo somos prisioneros del tiempo y de las circunstancias.
Camina por las montañas, detente en la cima de una de ellas, medita cuando el sol se eleve y arroje sus rayos dorados sobre los pueblos y los valles; deja que estas imágenes celestiales permanezcan inscritas en tu corazón, para que podamos compartir mientras estés entre nosotros.
Estas palabras las escribo con la pluma de la hermandad y la tinta del corazón en el rostro del amor. (O)