La Cruz de carnaval

Tito Astudillo y A.

En la proximidad de carnaval, una de las festividades de mayor participación social, a diferencia de lo que sucedía en tiempos no muy lejanos, cuando la preocupación y el comentario eran “ya están mojando”, ahora leemos y escuchamos, ya se está planificando, noticia que viene desde diferentes espacios: ciudades, cantones, parroquias y barrios que, con sus autoridades a la cabeza, tratan de ofertar esta fiesta como un motivo turístico.
A esta propuesta turística, a más del paisaje local, gastronomía y otros motivos de regocijo colectiva como desfiles, comparsas, festivales artísticos, ferias, deportes y visitas a lugares de interés, se agregan componentes de identidad presentes en el imaginario y que son parte de la riqueza cultural, latente, de los pueblos, como es el caso de los carnavales de Gualalcay en la parroquia El Valle, que, además, anuncia el rescate de la Cruz de Carnaval, tradición ancestral de ofrendar al Carnaval con una cruz hecha castillo de flores y frutas de temporada, que colocada en el pilar principal de la casa, se velaba los tres días de carnaval, con intercambio de visitas que culminaba con el agasajo carnavalero de comida festiva típica y juego con agua, tierra y flores, como cuenta Hernán Loyola Vintimilla+. Propuesta ritual que se complementa con la recreación del Taita Carnaval, personaje mítico de los andes cañarís, a quien se ofrendaba en reciprocidad por la generosidad de la tierra que, en esta época de sol abrazador, ofrece abundancia de flores y frutas: higos, duraznos, manzanas, membrillos, peras, capulíes y más.
De esta manera, las celebraciones populares, van enriqueciéndose de contenidos culturales que sirven para unir a las comunidades, dotándoles de motivos de orgullo y componentes de identidad comunal, tan importantes a la hora de definir políticas de desarrollo desde lo local. (O)