Carnavales

Aurelio Maldonado A.

Todo ha cambiado en el tiempo. Las remembranzas de carnavales que vivimos son cosa del pasado, como son también extraños y prácticamente mágicos los que vivieron los abuelos en acciones en las cuales; contaban con nostalgia, llegaron incluso a jugar a guapas pretendidas, con polvo de oro conseguido cuando el mineral “flotaba” -término mágico para un mineral pesado- en causes de ríos prístinos de nuestras serranías, especialmente del Sigsig y Chordeleg de donde y en botellitas vistosas, se lo guardaba con fruición durante todo el año para esta especial estratagema. Los cascarones constituidos por huevos rellenos de colonias que se lanzaban antes de sobrevenir el látex y el caucho ya no fueron contemplados por nuestras generaciones siendo perdido recuerdo que se terminará de ir en las nebulosas del tiempo, junto con los últimos cuencanos que aún viven y que jugaron con ellos, al igual que el “aguapeseta” especie de coima para evitar salir empapado.
Nuestros recuerdos, viejos ya en cuarenta años más o menos, rememoran nítidamente la acción casi bélica de turbas empapadas y feroces, que deambulaban por la sitiada ciudad con la algarabía propias de la fiesta, tomando por asalto y en verdaderas batallas a muerte las piletas que existían en la recoleta ciudad, como aquellas de San Blas, San Sebastián, y la Solano, en las cuales no quedaba un pedazo de cuerpo seco, acompañando la invasión con el más poderoso bálsamo conocido, constituido por el canelazo, que luego del “emparamamiento” respectivo, humeando mejoraba ánimo y temperatura corporal de los salteadores evitando resfríos y pesares. Además, reuniones en familia y amistades, donde el infaltable cerdo con cascaritas, chicharrones, chicha, morcillas, sancochos, mote y tostado se repartía alegre y generosamente y al final de los días, con ropas prestadas, unas largas y grandes y otras pequeñas, descalzos o en medias y muchas de las veces empolvados y enharinados, se terminaba bailando sanjuanitos y carnavalitos, alegre y disipadamente, entre tragos cálidos y dulces.
El tiempo pasó y los carnavales no son los mismos. Ahora la ciudad vive una especie de modorra y enfermizo silencio, pues todos huimos de ella para recluirnos en quintas de fin de semana y los que tienen más suerte, gozan de la playa y tratan de compartir entre amigos estos días, alejándose consciente o inconscientemente de problemas, congresillos, novelas políticas y telenoticias. (O)