Enseñar con amor

Claudio Malo González

Profesión o vocación, los dos factores deben concurrir reforzándose y complementándose en quienes deciden dedicarse a la docencia. Como escribió John Locke, al nacer los seres humanos somos como un papel en blanco que a lo largo de la vida se va llenando mediante el aprendizaje para coexistir armónicamente con los demás. Nos realizamos como personas al incorporándonos a la cultura a la que nos tocó llegar a este mundo, conformada por la creatividad humana a lo largo de generaciones. Aprender es esencial en nuestras existencias.

Los padres son los primeros maestros de los hijos y es connatural que lo hagan movidos por el amor. La incorporación a la cambiante sociedad ha hecho que la educación se formalice mediante centros de diversos niveles y que los maestros sean los encargados de esta tarea mediante el ejercicio de una profesión que garantice su sustento. Nadie nace con una profesión, se la escoge mediante un proceso de formación que capacita para su ejercicio y para cuya práctica se requiere vocación.

En términos económicos, la remuneración del maestro no es elevada, con frecuencia se cuestiona su insuficiencia. Pero hay otro tipo de compensación consistente en la satisfacción que genera este proceso, hay, como suelo llamarlo, un “salario psicológico” que con creces supera las limitaciones salariales porque, esa formación hay que ponerla en práctica con amor. Lo que se hace de esta manera genera una recompensa emocional ajena a todo valor monetario.

En nuestro país hoy se celebra el día del maestro que debe entenderse como día del amor que es el más rico canal para vincularse a los alumnos, niños, jóvenes o adultos, al margen de personas concretas. (O)