Baile de máscaras

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

OPINIÓN|

Esta es una historia triste. Aterradora. Compuesta de retazos. Y empecemos por imaginar un ignoto edificio guayaquileño dónde una compañía que llevaba casi dos décadas inactiva resucitó de entre los muertos para adjudicarse un jugoso contrato de 10,5 millones por la compra de 131 mil mascarillas a un grosero sobreprecio de 400 %. ¿Los responsables? pues, por lo pronto, han sido “separados de la institución”. No muy lejos de allí, se levanta el hospital de los Ceibos, dónde una perversa funcionaria (“presumiblemente” ¿verdad?) se aprovechaba del macabro espectáculo de los cuerpos apilados, para comprar en USD 148, las 4.000 fundas para guardar cadáveres que en el mercado se consiguen en USD 12. Un acto tan aberrante que mezcla lo que debe ser un serio desorden mental con la más abyecta corrupción.

Dejemos ahora el aciago puerto principal y asistamos la capital. Allí donde Ma. Alexandra Ocles, titular del SNGR tuvo a bien comprar 7.000 kits de alimentos con un sobreprecio cercano al 100 %. ¿Responsabilidades? Pues más allá de la “renuncia irrevocable” de la funcionaria, supongo que ahora mismo estarán en casa, cómodas y seguras, ella y su conciencia. Finalmente, cerremos nuestro relato con la escena de una madre caminando por los pasillos de un hospital con los ojos encharcados por el dolor. Y luego el bizarro espectáculo (monstruoso e incomprensible), de un funcionario público pidiendo una “coima” para entregar el cadáver del ser querido. ¿Responsabilidades? Pues, en palabras del Ministro de Salud, los funcionarios se han “separado” de la institución.

Y así, mientras la corrupción se convierte en un monstruo de mil cabezas que devora al sistema de salud pública; reparamos en que no es el COVID nuestro mal. Es la pasmosa corrupción que, además de abyecta y miserable, se ha vuelto cruel entre nosotros. Infame. Capaz de las peores aberraciones en medio de este baile de máscaras en el que los captores juegan a perseguirse. Y quisiera disculparme, estimado lector. Al empezar este artículo me propuse terminar con un mensaje de ánimo. De optimismo. Y me di cuenta de que no puedo, porque no me queda más. No me queda nada más… (O)