OPINIÓN|
La sed de venganza que albergaba Zeus hacia Prometeo, luego de que robara el fuego para dárselo a los humanos, hizo que pidiera a Hefesto, dios de la fragua, que creara a Pandora, la primera mujer en la Tierra. La imagen tenía que ser perfecta y hermosa como una diosa, pero con vida y pasiones humanas. Pero los dioses le regalaron dotes que representaban inconvenientes para la humanidad: avaricia, enfermedad, pereza, mentira, odio… La belleza de Pandora dejó pasmados a todos, sin embargo, siendo el instrumento de una venganza premeditada tenía un objetivo claro: seducir a Epimeteo, el ingenuo hermano de Prometeo, quien había prometido a éste no recibir ningún regalo de los dioses por temor a que algo malo sucediera tras su desobediencia. Pero apenas la vio, exclamó: ¡Qué tronco de mujer! y se enamoró.
Antes de enviarla a la Tierra, los dioses le dieron una caja misteriosa no sin antes hacerle una advertencia artera: “No la abras”, le dijeron, sabiendo que le habían dotado de una enorme curiosidad por lo que advertían lo que sucedería. Cuando se mudaron a vivir juntos, Epimeteo tomó las precauciones del caso y colocó la caja, según él, en un lugar súper seguro. Pero la curiosidad de ella era tal que, mientras él dormía, se las ingenió para encontrarla y abrirla. Se sorprendió al no ver nada dentro pues todos los males del mundo salieron de forma inmediata. Lo último que quedó fue la esperanza. De ahí el dicho: “La esperanza es lo último que se pierde”. Lo que antes era un lugar de felicidad y rectitud, comenzó a infestarse con bajezas y enfermedades que contaminaron a los humanos. Zeus había cumplido su objetivo; traer dolor a la Tierra para vengar la desobediencia de Prometeo.
El mito de Pandora es un mito machista que afirma que la mujer y su curiosidad son la causa de los males que aquejan al mundo. Pero qué tal si vemos a Pandora como una mujer valiente que se atrevió a abrir la caja que el hombre tenía miedo de abrir. Qué tal si dejamos de señalarla a ella y a toda mujer que quiere decidir sobre sí misma. Entonces, ya no sería una leyenda sobre una desgracia, sino la de una mujer que sabiendo que corría un riesgo, hizo lo contrario creando su propia historia, ratificando lo que siglos más tarde diría Saramago: “La vejez empieza cuando se pierde la curiosidad”. (O)