Convivir con el COVID-19

EDITORIAL|

Nuestra coexistencia con la realidad natural y social ha sido cambiante a lo largo de los tiempos, en parte por la condición natural de nuestra especie con capacidad de pensar y crear ante problemas que se presentan, en parte por la mayor información que hemos adquirido sobre los múltiples fenómenos que nos rodean. Hay que adaptarse a las nuevas circunstancias introduciendo cambios pequeños o mayores en las formas de vida. Nuestra condición se empeña siempre en mejorar la calidad de vida con cambios positivos o restricciones. Esto se da en prácticamente todos los ámbitos, siendo uno de los más importantes la salud.

Desde hace no muchos años el porcentaje de población urbana ha superado al rural en nuestro planeta, lo que conlleva una mayor concentración de la población en espacios físicos reducidos y una intensificación de las relaciones con las demás personas de estos entornos, lo que requiere nuevos hábitos en las formas de vida. Predomina la creencia de que la vida urbana supera en muchos aspectos a la rural, sin que falten personas que añoren y valoren la cercanía de la naturaleza en el ordenamiento vital. La pandemia que soportamos se ha dado con notable más fuerza en los centros urbanos que en los rurales, debido a la intensidad en la intercomunicación que facilita el contagio.

Los hechos están dados, superando la arrogancia de nuestra cultura que cree que tenemos todos los medios para explicar y solucionar factores negativos, el COVID-19 ha generado, sin excepción de países, una agresión a la salud desconocida. Se pensó que las medidas de aislamiento para mitigar el contagio durarían poco, pero han pasado algunos meses y la incertidumbre continúa. Es indispensable recuperar el grave impacto económico y educacional y aprender, no sabemos por cuanto tiempo, a coexistir con este virus trasladando medidas de distanciamiento –con las modificaciones del caso- a la vida cotidiana y organizando nuestra conducta, convirtiendo lo que se creía excepcional en duradero.