Hora del venado

Aurelio Maldonado Aguilar

OPINIÓN|

El universo entero tiene y cumple su horario riguroso y eterno. El sol en su noria infinita, duerme y fulgura en exactas horas superpuestas sin pausas posibles. Una vez que los celajes de la noche se extendieron, el sol con su rubor de niña colegiala se presenta en cada amanecer glorioso y determina un nuevo día sin prisa, sin pausa, con la misma velocidad de siempre. El roció que aprovechó la noche para que sus gotas estén listas a tornasolar y secarse sobre las hojas en el día que se viene, también cumplió su itinerario de cristalino espejo. El universo tiene su horario y todo ser vivo el suyo, sin evasión ni engaño. El hombre, sin darse mayor cuenta de lo rápido que sucede, va quemando sus horas, ocupado en amar, trabajar, buscar sustento.

Lo percibí en el patio de mi casa de campo a través de una ventana. La hora del venado estaba frente a mis ojos. Salí armado de mi celular y filmándolo. Caminó frente a mí con la parsimonia de alguien seguro que no corre peligro. Llegó al potrero y plácidamente, viéndome y levantando sus grandes orejas, comió el verde trébol de 4 hojas que siembro para mis caballos, los que saben que deberán compartir su mesa con la singular familia. Él, con grandes astas, su hembra y un pequeño siempre cercano, formaban aquel cuadro insólito y hermoso y justo en su horario, la hora del venado. Desde mucho tiempo me visitan y toman sorbos del espejo de mi laguna cada tarde. Decliné ponerle nombre como “bambi” o algún otro medio cursi para no darle cedula de identidad, a la que no tiene derecho y lo llamo simplemente, mi venado. Creo que la hora del venado me va llegando. Minutos tras otros pasaron y las etapas y los días se van cumpliendo. Amé y trabajé honestamente sin piedad y sin descanso. Es hora de volver la mirada y percatarse que el sol sale y espera vehemente que yo lo note. La bruma y el rocío, solícitos se aprestan a llenar de paz los mil resquicios que conservo. Que mis manos se ocupen de cosas simples y sin enormes responsabilidades. Que al fin el cruento trajín del trabajo, tome un simple descanso frente al humo de un fogón crujiente. Qué recuerdos y anécdotas tengan cabida y las logre contar muchas veces sin aburrir a nadie. Voy sintiendo el momento en que la jubilación me llega sin traumas ni conflictos, siendo yo más simple y sin envergaduras que enfrentar nuevamente. Voy llegando a la hora del venado, solemne y simple, instante en que el día desfallece y empieza la bella penumbra desde la cual se ven más claras las estrellas. (O)