Optimismo y prudencia

“No hay mal que dure cien años” dice un antiguo aserto. La incertidumbre es parte de la existencia humana e incentiva nuestras facultades para superarla y encontrar una solución confiable a los problemas que conlleva. Hay incertidumbres en la vida individual, hay otras que afectan a la colectividad. La pandemia que estamos haciendo frente es mundial y ha generado una serie de elucubraciones, en la mayoría de los casos intrascendentes, pero ha hecho que haya un nivel de optimismo sobre la solución de este problema en el futuro, considerando la capacidad creativa del ser humano para encontrar soluciones, que a veces se tornan meras ilusiones.

Las denominadas pestes han sido frecuentes en la historia desde hace siglos con efectos negativos de diversa intensidad. De una manera u otra se han superado gracias a los avances científicos y tecnológicos en el campo de la medicina. En 1885 Pasteur encontró que gérmenes debilitados de enfermedades podías gestar protección para evitarlos. Una serie de enfermedades se han debilitado y casi eliminado gracias a este sistema de protección. Ante la incertidumbre del COVID19, se creyó que se solucionaría el problema cuando se descubra una vacuna y el optimismo en la creencia de que en algún momento ocurriría ha disminuido la tensión de la incertidumbre.

Un país serio, como Gran Bretaña, inició el proceso de vacunación. Es justificable el optimismo de la mayoría de ciudadanos y el anhelo de que ocurra en todas partes. Justificamos esta reacción, pero creemos que debe estar acompañada de prudencia para mantener las normas de aislamiento establecidas. Una vacuna no tiene poderes mágicos que de la noche a la mañana acabe con la enfermedad. Hay que esperar un tiempo para conocer sus reales efectos y la organización para masificarlo. El optimismo debe ser moderado ya que no se ha retornado a la normalidad. La prudencia debe estar presente hasta que se consolide el efecto global.