Problema cultural

Juan F. Castanier Muñoz

En los países anglosajones y en los orientales, el decir la verdad es un sentimiento acendrado dentro de las comunidades. A los niños se les enseña, en su casa, en la escuela, que hay que decir siempre la verdad, y entonces la persona crece en un ambiente donde cualquier versión es dada como cierta y la palabra empeñada, por poner un ejemplo, es realmente palabra empeñada. Se cree, y no sin razón, en estas culturas, que la persona que miente, no solo sabe mentir, sino que es capaz de cualquier otro tipo de engañifa o trapacería. Un mentiroso es considerado un ser despreciable.

Por acá por nuestros lares, en cambio, y muy lamentablemente, miente el alumno y miente el profesor, miente el policía y miente el delincuente, mienten los padres y mienten los hijos, mienten los gobernantes y mienten los gobernados, mienten los candidatos y mienten los electores, en suma, la mentira ha sido elevada a nivel de política de estado. Debiendo reconocerse, eso sí, que el correismo ha representado, largo, la quinta esencia, el sumun, de la mentira, y por tanto del cinismo.

Su actual candidato presidencial ha resultado alumno más que aprovechado en este lodoso campo. Se quiso candidatizar presentando una cédula ajena, dijo que el presidente argentino le ha querido regalar 4 millones de vacunas, dijo que a Moreno le “han comprado” sin mentar quienes ni en cuanto, dice ahora que le han despedido del Banco Central por presión de los banqueros sin denunciar quienes ni cómo. Ha gozado de diez años de comisión de servicios en su cargo del Banco Central, privilegios a los que un ciudadano común y corriente, de los que él dice defender, no tendría acceso ni el día del juicio por la tarde. Y claro, que el ejemplo de los perros agripados en la narcovalija, el estudio de filmación de los pativideos, los títulos falsificados del primo Pedro, los contratos del ñaño Fabricio, las coimas del tío Rivera, los sobreprecios con Odebrecht, los sobornos electorales, etc, tenían que necesariamente dejar su indeleble huella en el “delfín” Arauz, cuyos alcances le vuelven mucho más peligroso de lo que parece. Y mentiroso “dende guaguito”. (O)