Lo pagaremos caro

Andrés F. Ugalde Vásquez @andresugaldev

El problema es que se ha vuelto parte del paisaje. El encontrarlos allí, pidiendo unas monedas por limpiar el parabrisas, asomados o la ventanilla tratando de vender una barra de caramelo, o peor aún, labrando los campos junto a los caminos vecinales. Lo cierto es que el trabajo infantil sigue siendo una conmovedora realidad en nuestro país. Y las cifras son contundentes: el trabajo infantil se viene incrementado desde el 2012 (año en el cual eran 70 mil los niños que trabajaban en el país), cifra que se ha quintuplicado, contando hoy más de 375 mil niños, niñas y adolescentes trabajando en las calles, campos, fábricas y plantaciones de nuestro país. 

En efecto, uno de cada veinte niños se ve obligado a trabajar en actividades por la cuales rara vez son remunerados, y al hacerlo se ven expuestos a un sinnúmero de consecuencias que van desde la exposición a la violencia; depresión, aislamiento social; incrementos en los índices de suicidio, afecciones al crecimiento, deformaciones, infecciones y enfermedades de todo tipo. Un azote social en toda regla que, además, según las proyecciones, se profundizará radicalmente a razón de los efectos económicos de la pandemia. Una tragedia cercana además, puesto que casi el 30% de la población infantil trabajadora procede de Cotopaxi, Chimborazo y nuestra provincia. Realidad que habrá que abordar con especial atención en la ruralidad, donde la cifra es cinco veces más alta que en las zonas urbanas.

Y es justamente, a raíz de este drama humano que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la UNICEF han declarado el 12 de junio como el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, fecha que recordamos este fin de semana y aprovechamos para llamar no solo a la reflexión sino a la acción inmediata y concertada de la sociedad civil y los distintos niveles de gobierno, promoviendo la protección de los derechos de aquellos que no pueden defenderse. De aquellos a los cuales les debemos el futuro, la ternura y derecho a ser niños. Y esa es una deuda que la historia cobrará tarde o temprano. Y lo pagaremos caro…  (O)