Un Picaflor azul

Tito Astudillo y A.

Se acerca ceremonial, sostiene su vuelo y se suspende casi vertical en picada; sobrevuela rítmico en media luna la palma de la mano que se ofrece en flor de cinco pétalos; se eleva en un sinfónico batir de alas y se suspende como en adoración solar; desciende, regresa, sobrevuela nuevamente la palma de la mano de Sophia, se inclina reverencial y bebe de esa fuente ofrecida en flor; saciado se balancea y aleja rápido; viene otro picaflor y  otro y el ritual se repite, y así, la naturaleza en armonía se manifiesta generosa de bondad y de ternura.

Mi nieta está pasando sus vacaciones en Mindo, en la Reserva Mindo Nambillo al norte de Quito. Ese día hacía la ruta de avistamiento de colibríes, un inusual ceremonial de acercamiento con lo más sutil del paisaje que, aunque parezca imposible, aquí es una rutina que fascina y se ofrece como una actividad más. ¿A quién no le gustaría dar de beber en la palma de su mano a estos frágiles milagros alado­s? en Mindo es una tradición a su alcance y repetición. Qué decir de los santuarios de las mariposas y la posibilidad verlas y sentirlas a millares en su hábitat natural; caminar por un bosque nuboso, registrar tanta variedad de flores silvestres, helechos, plantas, otras aves y orquídeas bajo una apacible cubierta vegetal; ver manantiales, cascadas y el sosegada ruidos torrente de sus ríos; y tanto más, como una tarabita-teleférico, hacer tubing o canoping como en ese añorado Viaje de Prensa Andina; hacer la ruta del chocolate y de su inagotable gastronomía.

Nuestro país tiene para ofrecer al turismo, tanto interno como externo, una inmensa diversidad de posibilidades de Costa, Sierra, Amazonía y Galápagos, de acuerdo a predilecciones y afinidades, y desde luego sensibilidad, para encontrar en las cosas simples grandes satisfacciones, como un picaflor azul bebiendo en la palma de su mano. (O)