De cuerpo entero

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Escribir en nuestro país es, sin duda alguna, cosa de valientes. Y ya no tanto por el oscurantismo periodístico que vivimos durante la oscura revolución ciudadana y los tiempos de la siniestra SECOM, donde muchos escritores fueron (fuimos) llevados al banquillo de los acusados; sino por el hecho mismo de vivir en una sociedad tan polarizada que, el poner el pensamiento por escrito, siempre implica jugarse la piel. Y si bien ahora ya no es el poder estatal el que actúa como censor, el cobarde anonimato de las redes sociales, el veneno que destilan las cuentas falsas y los consabidos trolls, han llegado a ocupar ese lugar en la infamia.

Yo he tenido suerte, la verdad. He crecido entre libros, leyendo a esos malabaristas del lenguaje, como Galeano, Adoum, Benedetti o Gallegos Lara, entre otros gigantes. Y desde chico comprendí que esto de escribir no se trata de hacer política, ni se trata de hacer favores, y ciertamente no se trata de escribir para los demás. Es más bien un imperativo moral. Es amor a la libertad. Y es también vocación, terquedad. Escribir es, en resumen y como decía Dávila Andrade (el inmenso Fakir), el ejercicio más voluntariamente doloroso de la soledad.

Lo cierto es que, cuando se sienta uno frente al teclado hay que saberse dispuesto, por una carambola verbal, una finta del ingenio, un criterio vertical o un juego de palabras, a llenarse de enemigos, a resentir a los amigos y acaso hasta comprometer el trabajo; porque la literatura, la literatura brava quiero decir, ya no es esa serena distracción que acrisola el espíritu, sino una obsesiva manera de desafiar a la vida, de decirle pan al pan y vino al vino. Un ejercicio de catarsis ante la impunidad. Una válvula de escape a la impotencia de tolerar oportunistas y canallas. Por eso, en palabras de Vargas Llosa, el escritor debe ser vertical, de prosa insólita, exhibicionista, musical. Y auténtico, sobre todo, porque la verdad es que nada puede contarse a los demás sin contarse a uno mismo. Nada auténtico puede decirse sin mostrarse de cuerpo entero, como un libro abierto….