Mis días con sus horas

David Samaniego Torres

La vida no es una autopista, tampoco un sendero repleto de flores. La vida no siempre cuenta con un sol que abrigue y un aire que tonifique. La vida es un oasis para las incertidumbres porque en ella crecen congojas y euforias al igual que noches y días, pero la vida es también el más ágil trampolín para dar movimiento a nuestros deseos y cristalizar anhelos.

La vida es el más bello enigma que nos trae cada día respuestas cortejadas siempre con nuevas incertidumbres. No se puede vivir sin decidirse firme y constantemente a hacerlo. Es necesario coraje para asumir dolencias, fortaleza para sobrevivir a fracasos, intrepidez para hacer de cada día un nacimiento y de cada hora una bocanada de energía positiva.

La vida tiene sus horas negras, atraviesa túneles faltos de luz, al igual que tiene remansos donde la paz construye moradas. La vida con tormentas y sinsabores es un espacio adecuado para tejer existencias. La vida se nos regaló y ciertamente no existe en el universo regalo más precioso. Hay que vivirla con gusto, con pasión, vivirla con los brazos extendidos y las manos abiertas, abrazando al mundo con sus aciertos y sinsabores.

Las dudas templan nuestra voluntad. Las enfermedades nos recuerdan la fragilidad humana. Nuestras decepciones son momentos para sabernos hijos de Dios. Nuestras ganas de acabar con todo cuando la desorientación se adueña de

nuestra alma es la hora propicia para convertirnos en capitanes de nuestra barca y conducirla al puerto donde las dudas desaparecen, la luz ilumina y … volvemos a encontrarnos con nuestro Creador.

Se oye ‘nadie sabe lo de nadie’ … y es verdad. Somos cofres herméticos, tenemos secretos, hemos borroneado tantas veces propósitos y no encontramos el día de iniciar la conquista de aquello que nos perturba, nos inquieta. La vida es un hacerse continuado que no admite pausas, que no tolera tardanzas innecesarias porque sencillamente la vida se hizo para vivirla y no se puede vivir sentado ni de rodillas: fuimos construidos para caminar, para escalar montañas, para llegar con nuestra mente a mundos impensados.

Digámonos a nosotros mismos: la vida merece ser vivida. Vivir la vida es ser consciente que la tenemos a cada instante. Vivir la vida a plenitud es una manera de decir: gracias Dios por haberme creado.

Cada minuto vivido es suficiente para gritar: ¡Gracias vida, gracias Dios, estamos en paz!

¡Carpe DIEM! (O)