El gran espíritu de la selva

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

“Miles de luces encendidas, formas diversas: boas, culebras, tigres, águilas, era el mundo de los espíritus… Arutam”. Con esta leyenda el artista Eduardo Moscoso daba la bienvenida a su exposición en el Salón del Pueblo. El día antes de que clausuren la muestra, hice fila con muchas personas más para poder admirar lo que causó un seísmo inusitado en la ciudad de iglesias y jaculatorias con olor a rancia tradición.

Por las venas de Eduardo corre la savia de la insondable selva. Nació al pie de Panantza, la montaña misteriosa, rodeada de ríos, insectos, reptiles y comunidades Shuar. La explosión de colores donde peces, fruta, boas, árboles y mujeres desnudas y sensuales navegan en un océano verde y frondoso, expresan la unión tácita del ser humano con la naturaleza virgen. Una fusión palpitante. Dos pequeños ángeles, una libélula gigante, el lagarto rojizo y un insecto escalando una pierna torneada comparten, en plácida armonía, el mismo universo. Cabellos largos y femeninos cuelgan de las ramas de los árboles, confundiéndose con las lianas que penden de ellos. Las boas que revisten la desnudez mujeril se deslizan con sigilo por los cuadros. Una excursión visual a un mundo voluptuoso de naturaleza erótica.

Las imágenes religiosas que causaron urticaria y escozor a varios visitantes y, de paso, que ofendieron a un grupo católico que rezaba sin descanso y sin consuelo por las almas impuras que aplaudían el arte allí expuesto (de los pedófilos que pueblan las órdenes clericales, ni se acordaron) son una metáfora, en mi opinión, de cómo Cristo ya no quiere ser recordado. Al partir la cruz rompe con tradiciones arcaicas creadas por el hombre, no por Dios. Tradiciones que han sometido a los feligreses a una vida de temor si evaden una serie de ritos, sacramentos y confesiones.

Yo prefiero creer en una presencia divina que fluye en los ríos, danza en el aire y navega en el mar, habitando cada rincón del planeta y el Universo. No recuerdo cual, pero una de las tribus de indios norteamericanos acuñó este aforismo: “Ellos entran a un edificio a hablar con su Dios. Nosotros entramos a la naturaleza y nuestro Creador nos habla”.

Arutam, el gran espíritu de la selva que toma forma de volcán, jaguar, ave u otra fuerza de la naturaleza está en todas partes, sólo que con diferente nombre. Todo depende de cómo lo queramos llamar… (O)