Por la renovación y el castigo

Edgar Pesántez Torres

No hay mal peor que las reelecciones en la democracia, menos en nuestras resacas electorales que traen una marea de detritos a través de pactos y alianzas, contranaturales como el chalaneo entre dos embusteros de la política que hicieron de la difunta Asamblea que apestara más en vida que muerta. Este sistema de gobierno que se dice insuperable, debe sustentarse en la alternabilidad, es decir, en que las autoridades se elijan por votación universal y secreta, pero de manera renovable. Un axioma muy apropiado para esos casos es el que dice: “En esta vida todos somos necesarios, pero nadie es indispensable”.

Grandes hombres de cabeza más que de cuerpo, de convicción más que de accidente, han asimilado y practicado esta máxima. Extraordinarios políticos del mundo llegaron al poder y desde el primer día pusieron todo su esfuerzo en favor de sus mandados, pretendiendo quedarse hasta el fin de sus días. En contrapartida, otros que triunfaron por azahar o por ese fenómeno que llaman outsider, una vez en el imperio construyeron máquinas para cebar su egolatría, exaltando pasiones sectarias entre sus adeptos que se convirtieron en sus idólatras.

En el sistema feudal, en las monarquías y más tarde en el socialismo y el comunismo, asomaron líderes embaucadores del pueblo, quienes ascendieron al poder y desde ahí trabajaron con mañas y artimañas para cristianizar al electorado en masa cretinizada, por no decir descerebrada, y así prolongaron su permanencia en el poder hasta su muerte, ya sea de vejez como el caso de Fidel Castro o degollados como el de Sadam Hussein, o en el mejor de los casos desterrados y perseguidos por la justicia, verbo y gracia, el populista  Rafael Correa.

Después de que el país recibió un poco de oxígeno en su agonía por apnea legislativa, en seguida resucitan las aves de rapiña, en su intentona de retomar las arcas fiscales y la justicia. Sin rubor pretenden regresar los narcotraficantes, violadores, glosados, varones y mujeres de vida alegre, abusadores sexuales, es decir, la misma sarta de gusarapos que se los quiso enviar por el desagüe de alcantarillas a la sima del infierno. A estos, el pueblo los debe castigar en las urnas.

Por la salud de nuestra patria, es tiempo de retomar el principio de José Enrique Rodó con aquello de “renovarse es vivir”, precepto invertido por Luis Alberto Sánchez, pero ambos fallos inapelables a la vida del Ecuador.  (O)