¿Por qué somos así?

Marco Carrión Calderón

Quién de nosotros no habrá escuchado la expresión: “No hay muerto malo?” Ahora que Fernando Villavicencio ya no está en la tierra hay una enorme cantidad de admiradores, de personas que reconocen en él méritos que antes no parecía tenerlos para ellos. Mientras viven los hombres no merecen la admiración de un gran número de sus congéneres; la envidia y el odio gratuito son tan comunes que realmente causan espanto. Sin embargo, mucha de esa gente apoya y admira, incondicionalmente, a farsantes y prófugos como podemos seguir viendo día a día.

Hace no muchos días, hablando con un querido amigo, recodábamos esa frase tan célebre que puede ser de Lord Byron, el excelso poeta inglés: “Mientras más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Parece haber sido verdad que él no tuvo un perro, pero sin embargo conoció suficientemente a los hombres como para darse cuenta de su maldad y bajeza. Otros dicen que la frase perteneció a Diógenes el filósofo griego siempre andrajoso y acompañado por un can flaco y sucio a quien quería más que a los hombres a quienes despreciaba olímpicamente.

Algún desventurado sátrapa habrá pagado, con dinero seguramente robado, al sicario que cometió el atroz crimen que enluta al país y que tantos partidarios ha dado a quien ahora, amigos y enemigos, llaman con cariño: “Don Villa”. Ciertamente que la frase de Byron o de Diógenes no puede aplicarse a todos los seres humanos. A una gran mayoría sí. La frase es una forma riente y burlona para referirse a la falta de lealtad, credibilidad y confianza, de hecho, es verdadera para una inmensa mayoría de personas.

Me consta que cuando alguien es inteligente y capaz, hasta los sujetos más bobos, le han calificado de “tonto”. Somos así los hombres, envidiosos y malos, no toleramos que alguien sobresalga. Pero cuando ya está muero no puede afligirnos con su éxito y, por lo tanto, optamos por dizque volvernos sus admiradores.  Y esto porque además de ser malos, muchísimos de nosotros somos hipócritas y aduladores y más aún si el adulo nos resulta beneficioso.

Cuando alguien a quien hemos querido nos resulta traidor, nos acordamos de los perros y de que estos nunca muerden la mano de quien les da de comer. (O)