IESS

Aurelio Maldonado Aguilar

Una cola monstruosa había empezado a las 5,30 am. como una gran lombriz de sinuosas contorciones. Empezaba en pequeña y única ventanilla para turnos de laboratorio y en obligadas contracciones cambiaba su cuerpo adaptándose a pasillos y áreas del hospital, terminando en el mismo parqueo, fuera del edificio, donde tomé mi lugar y luego se arrimaban muchos “colados” para seguir pacientes el trámite. Grato para mí que, en aquella abigarrada concentración humana, se acercaran más de una decena de personas, demostrándome respeto y haciéndome saber que fui su médico o que operé a alguien de la familia en mi larga y exitosa vida de especialista. Gratitud, que otra cosa cabe. Entre rizas y conversaciones la cola caminó rápido y en la ventana recibí la orden para laboratorio en adhesivos con mi nombre y una dirección electrónica para consultar resultados en red. ¿No les parece eficiencia? Pues sí. Ingresé y me encontré con una chica atiborrada de muestras, con quien reí asegurándole que pincharía a un cobarde macho y mientras bromeábamos, ya tenía los tubitos de mi plebeya sangre. Llegó el día quirúrgico y con todo listo, ingresé y encontré un grupo humano de residentes, enfermeras y auxiliares, de grato humor y muchos habían sido conocidos o alumnos. Ya con taparrabo me adentraron en quirófano, aquella sala solitaria y tétrica tan conocida por mí y que la canto en algunos de mis poemas. Temblando de miedo me encontré con un inmenso equipo milagroso para enuclear la próstata, un láser. Me anestesiaron y ya en postura de parturienta, me saludaba y me daba ánimo el cirujano, mi pariente re cercano y que me honra, el Dr Enrique Maldonado L, que en los momentos actuales es de los más prestigiosos especialistas y más aún en esta técnica poco cruenta del láser urológico. Anestesiado y sedado por mi innata valentía, empezó a operar muy diestramente y yo entre despierto y dormido, pero completamente imbécil, esperaba que termine. Solo agradecimiento debo a todos y es aquí cuando soy batallador y vengador de la justicia. Cómo es posible que el ser más despreciable de los ecuatorianos y causante de tanta desgracia como pueblo, el delincuente Correa y su camarilla de robonarcos, pudieron meter sus sucias manos en las cuentas de honestos trabajadores aportantes del IESS. Peor aún meter mano en los fondos de reservas y pensionistas, que dimos todo esfuerzo en nuestras vidas para que viva el seguro social y no sobrevivir como ahora, después del manoseo y hurto de ladrones. Cuenca y la región necesitan con urgencia un nuevo hospital igual o más grande que el que existe hoy. Viene siendo urgente, imperioso, indispensable, pues solo la eficiencia y buena voluntad -no reconocidas- de todos los actores médicos, logran sacar el desbordado. (O)